Akedat Itzjak archivos - Judia & Catolica https://judiaycatolica.com/tag/akedat-itzjak/ Mi Camino Personal y Reflexiones sobre ser Judia y Católica, al mismo tiempo. E intentando hacer Visible algo de lo Invisible Fri, 01 Nov 2024 18:48:45 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.3 https://judiaycatolica.com/wp-content/uploads/2023/11/cruzymagendavid-150x150.jpg Akedat Itzjak archivos - Judia & Catolica https://judiaycatolica.com/tag/akedat-itzjak/ 32 32 El sacrificio de Isaac, el sacrificio de Jesús:  ¿Eventos crueles o historias de amor y confianza? https://judiaycatolica.com/isaac-jesus-eventos-crueles-o-historias-de-amor/ https://judiaycatolica.com/isaac-jesus-eventos-crueles-o-historias-de-amor/#comments Sun, 03 Mar 2024 22:16:19 +0000 https://judiaycatolica.com/?p=3231 A primera vista quizás sin saber mucho o profundizar en el tema del sacrificio de Isaac o en el de la pasión de Cristo, ¿Qué sensación nos genera?  Quizás nos pueden parecer muy crueles, o hasta reflejar una imagen de un Dios sádico o de un Dios que quiere la sangre como precio de nuestros […]

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A primera vista quizás sin saber mucho o profundizar en el tema del sacrificio de Isaac o en el de la pasión de Cristo, ¿Qué sensación nos genera?  Quizás nos pueden parecer muy crueles, o hasta reflejar una imagen de un Dios sádico o de un Dios que quiere la sangre como precio de nuestros errores.

Sin embargo, si nos adentramos en estos maravillosos y misteriosos eventos podemos descubrir una fuente de amor tan grande hacia nosotros que nos puede conducir a la acción de gracias y a intentar hacer de nuestra vida una obra que valga la pena estas entregas, estos sacrificios. ¿Cómo?  Miremos estos eventos un poco más de cerca….

Como bien decía San Agustín, El Nuevo Testamento está escondido en el Antiguo, mientras que el Antiguo se hace manifiesto en el Nuevo. 

Una de las claves de la interpretación bíblica es analizar un texto en toda la unidad de la escritura. Por eso, para sacar conclusiones sobre los textos bíblicos, tenemos que relacionarlos con la unidad de toda la escritura, es decir, el Antiguo y el Nuevo Testamento. (DV.12)

Tanto la pasión de Cristo, la entrega de Dios de su hijo muy amado, como la historia de Abraham e Isaac, su pedido de entrega, de sacrificio de su hijo al que ama, cuando son analizadas en su conjunto se iluminan mutuamente, y nos dan claves de interpretación fundamentales para una comprensión adecuada de lo que cada uno de estos eventos representa.

Quizás desde el primer momento que leemos las palabras que Dios le dice a Abraham: «Toma a tu hijo único, el que tanto amas, a Isaac; ve a la región de Moria, y ofrécelo en holocausto sobre la montaña que yo te indicaré». (Gn.22.1), se nos abren los ojos, y empezamos a preguntarnos ¿Cómo Dios le puede pedir algo así? Y si bien, desde el primer momento, sabemos que es una prueba, ya que el mismo texto nos lo indica apenas inicia el capítulo:  “Después de estos acontecimientos, Dios puso a prueba a Abraham” (Gn. 22.1), nosotros como lectores lo sabemos pero Abraham no. 

Entonces podríamos preguntarnos, ¿Acaso a Dios le gusta jugar con nuestros sentimientos?  ¿Nos pone a prueba inquietándonos  y probándonos con algo tan delicado como la vida de otro ser humano? ¿El ser humano más valioso de nuestra vida? ¿Pidiéndonos algo impensable, algo que va contra toda lógica? ¿Acaso no tiene otro modo de poner a prueba a Abraham? ¿A su fiel seguidor?

En otro artículo y en otro video analizo detalladamente todo el camino que recorrió Abraham hasta llegar a esta situación para poder comprender cómo Dios lo fue preparando para este momento.

No es algo que Dios le podía pedir en cualquier momento, sino que atravesaron juntos un camino de conocimiento de muchos años, y de muchas pruebas, que lo llevó a Abraham a confiar en Dios, no de forma ciega, sino porque Dios le había demostrado Quién era y que era digno de fe. 

Asimismo hay varios detalles en este relato que se nos van dando para entender mejor este pedido. Primeramente, en la tradición judía, esta historia no tiene por nombre “el sacrificio de Isaac”  sino que se llama “Akedat Itzjak”, que significa la atadura de Isaac. Nunca hubo sacrificio, sino que sólo se llegó a atar Isaac en preparación para el sacrificio. 

Isaac no era un nene chiquito como muchas veces pensamos. Era ya un chico fuerte, por eso era él quien cargaba los leños para el sacrificio (Gn. 22.6). Isaac tranquilamente hubiera podido negarse a su atadura, luchar contra su padre, pero no lo hizo.

Hay varios indicios, si leemos el relato atentamente, que nos van mostrando que esta ofrenda no era únicamente de Abraham, sino que tanto él como Isaac voluntariamente fueron a ofrecer un sacrificio a Dios. El camino de fe de ambos y su relación íntima con Dios, los había llevado a una comprensión de Dios tal, que sabían que Dios iba a cumplir siempre sus promesas.

Ellos conocían quién verdaderamente era Dios, su bondad, su amor, su compasión. No tenían una imagen desfigurada de Él que los podía hacer percibir malicia, o cinismo, sino que sabían que Dios siempre es fiel e Isaac al ser el hijo de la promesa y de la descendencia tan grande como las estrellas del cielo, podía ser entregado por completo, ya que Dios no iba a permitir que lo sacrifiquen, o creían que hasta lo podría resucitar (Heb. 11.19). Isaac fue siempre un don de Dios, y así lo comprendieron tanto el padre como el hijo.

El padre ofrece a su hijo, y su hijo voluntariamente aceptando va con él.  Y esta imagen es una muestra anticipada de lo que va ocurrir tiempo después en el Calvario.

“…cuando iba a ser entregado a su Pasión, voluntariamente aceptada…”

Tal como Isaac va junto a su padre a ofrecerse en sacrificio, Jesús se ofrece voluntariamente, no sin dolor (Mt. 26, 36-39), pero por voluntad propia, por amor pleno a los hombres. No es una ofrenda del padre por encima de la voluntad del hijo, sino que ambos participan, y comparten la misma voluntad de esta ofrenda.

 Jesús mismo lo afirmó:

«El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla. Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla: este es el mandato que recibí de mi Padre « (Jn. 10.17)


En el antiguo testamento lo vemos profetizado claramente con Isaías:

«Si ofrece su vida en sacrificio de reparación, verá su descendencia, prolongará sus días, y la voluntad del Señor se cumplirá por medio de él.  A causa de tantas fatigas, él verá la luz y, al saberlo, quedará saciado. Mi Servidor justo justificará a muchos y cargará sobre sí las faltas de ellos. Por eso le daré una parte entre los grandes y él repartirá el botín junto con los poderosos. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los culpables, siendo así que llevaba el pecado de muchos e intercedía en favor de los culpables.»
(Is. 53.10)

Jesús en ningún momento fue un hijo víctima de las decisiones de su padre. Sino que, al igual que con Abraham e Isaac, esta entrega fue mutua, por un único motivo, el amor.

Por eso Jesús nos dice «no hay amor más grande que dar la vida por los amigos”  y por eso, uniendo su voluntad con la del Padre, Él “los amó hasta el extremo” y dio su vida completa. Esta entrega es la historia de amor más grande que jamás existió.

La voluntad del Hijo unida a la del Padre. Al igual que la ofrenda que estaban por realizar Abraham e Isaac. La voluntad de Isaac, unida a la de su padre. 

Una ofrenda mutua y total a Dios. La entrega absoluta de sus vidas, de su presente, de sus proyectos, de su futuro. Pusieron todo en manos de Dios. Quizás no entendiendo el por qué, o el para qué, ni el cómo, pero sí el Quién. Y ese Quién, cuando lo conocemos, sabemos que es más que suficiente. Que no requiere nada más. 

A esto debemos aspirar como creyentes, como Hijos de Dios. A una confianza que antecede a la comprensión. A creer en Dios y Creerle a Dios, a creer en su Palabra y Confiar. A entregarnos del mismo modo que se iba a entregar Isaac. Del mismo modo que confíó Abraham y por eso era capaz de dar a su hijo, a lo que más quería en su vida, más que a sí mismo. Y del mismo modo que Jesús, atrevernos a ponernos en las manos del Padre en todo momento diciendo: “¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!”

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Dios proveerá el Cordero https://judiaycatolica.com/dios-proveera-el-cordero/ https://judiaycatolica.com/dios-proveera-el-cordero/#respond Wed, 10 Mar 2021 22:54:28 +0000 https://judiaycatolica.com/?p=2757 «Toma a tu hijo único, el que tanto amas, a Isaac; ve a la región de Moria, y ofrécelo en holocausto sobre la montaña que yo te indicaré». Gn.22.1 Este pasaje del libro del Génesis, más conocido como el sacrificio de Isaac, es uno de los textos más controversiales de la biblia.  ¿Cómo podemos congeniar […]

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«Toma a tu hijo único, el que tanto amas, a Isaac; ve a la región de Moria, y ofrécelo en holocausto sobre la montaña que yo te indicaré». Gn.22.1

Este pasaje del libro del Génesis, más conocido como el sacrificio de Isaac, es uno de los textos más controversiales de la biblia.  ¿Cómo podemos congeniar este relato con la imagen de un Dios bondadoso y compasivo? ¿Con un Dios que quiere que seamos felices, que tengamos Vida en abundancia?

La correcta interpretación de la biblia nos enseña que no podemos analizar un texto fuera de su contexto, ya que podría generar tremendas y erradas afirmaciones de Dios, del ser humano y de la moral, entre otras cosas.

Si hacemos una lectura o una escucha atenta del relato de Abraham e Isaac en el capítulo 22, no puede dejar de llamarnos la atención y cuestionarnos acerca de lo que está ocurriendo en esta escena. Es lógico que nos surjan preguntas tales como:  ¿Por qué Dios puede ser tan cruel? ¿Por qué Dios le pide a Abraham a quien tanto ama, algo tan difícil? ¿Por qué, si bien, Dios sabía que no lo iba a dejar sacrificar a su hijo, lo somete a tal angustia? ¿Acaso Dios es sádico? ¿Se está entreteniendo con las pruebas que nos pone?  ¿Cómo podemos creer y seguir a un Dios así?

Para responder estas preguntas es necesario meternos en la historia, en su contexto histórico y bíblico, y así poder comprender el sentido real que el autor sagrado nos quiere transmitir y así obtener una correcta imagen acerca de Dios.

Este acontecimiento tan controversial, ocurre en el capítulo número 22 del libro del Génesis. Sin embargo, la historia de Abraham, su primer encuentro con Dios, inicia en el capítulo 12.

¿Qué ocurre a lo largo de estos 10 capítulos entre Dios y Abraham, que Dios puede pedirle semejante “barbaridad” a Abraham y que podamos verlo sin espantarnos? ¿Qué pasa durante estos largos 25 años que trascurren en estos capítulos, para que Abraham, pueda obedecer inmediatamente,  “de madrugada”, sin vacilar ante semejante pedido?

La fe de Abraham no era ciega, era una fe ejercitada, entrenada. Por supuesto que desde los inicios recibió un Don especial, y tuvo un encuentro con Dios particular que lo impulsó en su camino. Pero luego de eso, en esos 25 años trascurridos, Abraham atravesó 10 pruebas y recibió 7 bendiciones de parte de Dios que fueron estableciendo este lazo de amor y confianza tan fuerte entre ellos. Abraham fue ejercitando su fe y acrecentando esta relación con Dios. Fue conociéndolo, escuchándolo.

Si vamos a participar de una maratón, no podemos hacerlo de un día para el otro, sólo por querer hacerlo. Debemos entrenarnos física y mentalmente con tiempo.  Asimismo, podríamos decir que “la prueba” relatada en el capítulo de Génesis 22 fue la maratón de Abraham, para la cual Dios lo estuvo entrenando durante 25 años.

Fue en este periodo de entrenamiento donde Dios se fue revelando a Abraham, y mostrándole Quién era, manifestándole su corazón, sus intenciones. Durante esta etapa de escucha confiada de nuestro padre en la fe, se fue estableciendo un vínculo de amor y confianza con Dios que lo llevaron a la entrega de sí mismo y de su más preciado tesoro, su hijo muy amado.

Abraham no negocia ni intercede por sí mismo

Por los relatos de los capítulos del 12 al 22 conocemos algunas características de la personalidad de Abraham. Entre ellas, sabemos que era un hombre negociador y que utilizó sus talentos para interceder ante Dios por Sodoma y Gomorra (Gn. 18.16-19).  Sin embargo, vemos que ni amagó a negociar con Dios ante algo aún más terrible, el pedido de sacrificar a su propio hijo. ¿Por qué?

Abraham sabía que Dios es un Dios que cumple sus promesas, y que Isaac era el hijo que iba a darle una descendencia numerosa como las estrellas del cielo e incontable como la arena que está a la orilla del mar. Tal como lo describe la Carta a los hebreos:

Por la fe, Abraham, cuando fue puesto a prueba, presentó a Isaac como ofrenda: él ofrecía a su hijo único, al heredero de las promesas, a aquel de quien se había anunciado: De Isaac nacerá la descendencia que llevará tu nombre. Y lo ofreció, porque pensaba que Dios tenía poder, aun para resucitar a los muertos. Por eso recuperó a su hijo, y esto fue como un símbolo” (Heb.11.17-19)

Esta confianza, la podemos ver reflejada en las propias palabras de Abraham, palabras de fe:

«Al tercer día, alzando los ojos, divisó el lugar desde lejos, y dijo a sus servidores: «Quédense aquí con el asno, mientras yo y el muchacho seguimos adelante. Daremos culto a Dios, y después volveremos a reunirnos con ustedes». (Gn.22.4-5)

La vida de Abraham (y de Isaac) reposa en la palabra de Dios. Ellos no sólo creen en Dios sino que le creen a Dios, a sus promesas, a Su Palabra.

Dios nos quiere libres

Desde el principio Dios nos creó para ser libres. Y a lo largo de toda la historia de la salvación podemos ver la lucha de Dios contra nuestras esclavitudes.

La relatada en el libro del Éxodo es quizás la más clara y evidente, pero no es la única. Sino que Dios, durante el desierto y a lo largo de toda la historia de Israel, fue purificando al pueblo de sus ataduras y costumbres que le hacían mal y no eran propias de su vocación de ser Hijos de Dios, un pueblo consagrado a Él.

Decíamos que el pasaje, o Parashá (en hebreo) de Génesis 22, tiene por nombre, no el sacrifico de Isaac sino la atadura de Isaac: Akedat Itzjak.  A este término podemos interpretarlo desde al menos dos modos. La atadura material de Isaac en el altar para el holocausto, y a la vez la atadura que Abraham tenía hacia su hijo tan esperado y amado.

¿Acaso cuando queremos algo en la vida por tanto tiempo, con tanto deseo, o que nos genera mucho dolor no conseguir, cuando finalmente lo obtenemos, no nos aferramos a eso tal vez en forma desmedida?  ¿En lugar de centrarnos en el dador de ese don, no corremos el riesgo de atarnos al don y de convertirlo en un ídolo? 

Cuando Dios nos pide algo, jamás es para destruirlo, sino para consagrarlo, y para liberarnos de esa  atadura desequilibrada. Y eso es exactamente lo que ocurrió con Abraham e Isaac. Ellos aprendieron a renunciar al control de su propia vida, y así, la recibieron como gracia, como don.

Ofrenda del padre junto con el hijo

Podemos ver en esta historia que hay ciertos detalles que nos van mostrando que esta prueba, no era sólo para Abraham sino también para Isaac.

Después de haber escuchado este relato, ¿Cuál es la imagen que tenemos de Abraham junto a su hijo subiendo el monte? ¿De Abraham llevando a su pequeño e ingenuo hijo Isaac de la mano? ¿O de dos adultos caminando conscientes de su situación?

Tanto la escritura como la tradición judía nos muestra que Isaac no era un nene chiquito sino un adulto fuerte y maduro. Por eso era él quien cargaba los pesados leños para el sacrificio (Gn, 22.6). Isaac tranquilamente hubiera podido negarse a su atadura, luchar contra su padre, pero no lo hizo.

Hay indicios, si leemos el relato atentamente, que nos van mostrando que esta ofrenda no era únicamente de Abraham, sino que tanto él como Isaac voluntariamente fueron a ofrecer un sacrificio a Dios. El camino de fe de ambos y su relación íntima con Dios, los había llevado a una comprensión de Dios tal, que sabían que Dios iba a cumplir sus promesas, aunque no sabían exactamente cómo.

Ellos conocían quién era verdaderamente Dios, su bondad, su amor, su compasión. No tenían una imagen errada de Él que los podía llevar a percibir malicia, o crueldad, sino que sabían que Dios siempre es fiel. E Isaac, al ser el hijo de la promesa, podía ser entregado por completo, ya que Dios no iba a permitir que lo sacrifiquen, o creían que hasta lo podría resucitar (Heb. 11.19). Isaac fue siempre un don de Dios, y así lo comprendieron tanto el padre como el hijo.

Cuando “caminamos con Dios”, lo conocemos tan profundamente que sabemos que sus motivaciones siempre son buenas y confiamos en que sus caminos son los mejores aunque muchas veces no los comprendamos. Así lo hicieron Abraham e Isaac, el padre y su hijo fueron juntos, voluntariamente, a ofrecer el sacrificio. Cuando confiamos en quien nos guía, la obediencia es capaz de anteceder a la comprensión.

El padre ofrece a su hijo, y su hijo voluntariamente aceptando va con él.  Y esta imagen es una muestra anticipada de lo que va ocurrir tiempo después en el Calvario. (Citado de una parte de mí artículo anterior “La Confianza en la espera”).

Dos mil años después

En el estudio cristiano de la biblia existe algo que llamamos tipología. Esto tiene que ver con la interpretación de ciertos temas, acontecimientos o personas del Antiguo Testamento, que son considerados como figuras o sombras de realidades que se ponen de manifiesto en el Nuevo. Podríamos decir que son como el negativo de una foto sin revelar. Podemos ver ciertas formas, imágenes, y comprender lo que vemos, pero luego cuando vemos la foto revelada, tenemos la visión completa, llena de colores, brillos, profundidad y su sentido completo.  Esto es lo que se deja ver en el Nuevo Testamento, cuando los analizamos a la luz del Antiguo.

El relato de la “Atadura de Isaac” es considerado un tipo o figura de lo que ocurre en la cruz. El padre y el hijo suben al monte a ofrecer voluntariamente un sacrificio a Dios. Isaac, imagen, de Jesús, es quien carga sobre sus hombros los leños para el sacrificio, del mismo modo que Jesús carga la cruz a cuestas.

La foto revelada nunca es igual al negativo. Del mismo modo que el tipo (del A.T) nunca es igual a lo que apunta en el N.T.  San Agustín decía: “el Nuevo Testamento está escondido en el Antiguo, mientras que el Antiguo se hace manifiesto en el Nuevo”. Y con la pasión de Cristo no hay mejor revelado, o mejor forma de poner de manifiesto, el extraordinario misterio que Dios escondía en la historia de Abraham.

Seguramente Abraham no era consciente de la espectacular y enorme profecía que estaba anunciando cuando dijo: Dios proveerá el cordero. Y así fue, dos mil años después, llegada la plenitud de los tiempos, Dios proveyó.

Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” 
(Jn.1.25)

¿Conocemos al Dios verdadero?

Tanto el relato de la pasión de Cristo, como el de la atadura de Isaac, pueden ser percibidos como hechos tremendamente crueles, guiados por un Dios inentendible, duro, sediento de sangre. Quien somete a su discípulo amado, Abraham, a la peor de las pruebas. Del mismo modo que dos mil años después coloca a su hijo muy amado, en quien tiene puesta toda su predilección, ante la situación más humillante y dolorosa que puede existir.

O podemos sumergirnos en un hermoso camino de conocimiento de quién es Dios verdaderamente, y comprender cómo es su corazón, su deseo para con nosotros, su ternura, su amor infinito. Y de este modo, podremos interpretar estos relatos como historias de confianza y de entrega de amor, que transcienden toda lógica humana ya que son capaces de ver más allá de lo visible.

Jesús dijo “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen.” (Jn. 10.27). Las ovejas no siguen a cualquier persona, sino sólo a su pastor, porque lo conocen, y por eso confían en él.

El buen pastor da su vida por ellas. Por eso seguir esta voz es sencillo, no es una confianza insensata sino todo lo contrario. ¿Qué más sabio que ponernos en manos de alguien que nos ama, que quiere lo mejor para nosotros y que además es todopoderoso?

Frecuentemos siempre la Palabra de Dios para poder reconocer la voz de nuestro pastor entre tantas voces que hoy luchan por nuestra atención. Y así podamos seguirla, para que nos haga descansar en verdes praderas, nos conduzca a las aguas tranquilas y repare nuestras fuerzas; nos guíe por el recto sendero, por amor de su Nombre. Y aunque crucemos por oscuras quebradas, no temamos ningún mal, porque Él está con nosotros. (Sal. 23)

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¿Era necesario que el Mesías padeciese tantos sufrimientos? https://judiaycatolica.com/era-necesario-que-el-mesias-padezca-de-tantos-sufrimientos/ https://judiaycatolica.com/era-necesario-que-el-mesias-padezca-de-tantos-sufrimientos/#comments Fri, 15 Nov 2019 23:13:32 +0000 https://judiaycatolica.com/?p=934 En el judaísmo de la época de Jesús, existían diferentes corrientes de pensamiento y expectativas con respecto a la venida del mesías. Algunos esperaban un nuevo Rey David que los libere de la opresión romana. Otros, un mesías más espiritual, que les de un nuevo éxodo pero de tipo trascendente.  Existían diferentes corrientes de pensamiento, […]

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En el judaísmo de la época de Jesús, existían diferentes corrientes de pensamiento y expectativas con respecto a la venida del mesías. Algunos esperaban un nuevo Rey David que los libere de la opresión romana. Otros, un mesías más espiritual, que les de un nuevo éxodo pero de tipo trascendente.  Existían diferentes corrientes de pensamiento, pero más allá de las distintas posturas acerca de cuál era la verdadera misión del mesías el día que llegara, nadie jamás interpretó que iba a venir a padecer los sufrimientos que vivió Jesús. ¿Era necesario que el mesías atraviese la pasión? 

¿Qué es la pasión de Cristo?

Primero y muy brevemente, vamos a responder esta pregunta. La Pasión de Cristo es un término muy escuchado, y sobre todo luego de la película de Mel Gibson. Pero no todos comprenden qué significa este término.

Generalmente tenemos asociada la palabra pasión a un sentimiento sobre algo que nos encanta, como por ejemplo un equipo de fútbol o un grupo de música, o una actividad recreativa. Decimos que tenemos pasión por eso, que nos apasiona.

Sin embargo, el término pasión, utilizado para referirse a “la pasión de Cristo” tiene que ver con el padecimiento de Cristo. Lo que tuvo que atravesar, que sufrir.

¿Para qué se llevó a cabo la pasión de Cristo?

Se podría escribir no sólo todo el artículo sobre este tema, sino libros enteros acerca de este interrogante. Sin embargo, solamente vamos a mencionar una causa principal sin desarrollarla por ahora.

El catecismo de la Iglesia Católica nos dice:

Al entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre nosotros es un designio de amor benevolente que precede a todo mérito por nuestra parte: «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados» (1 Jn 4, 10; cf. Jn 4, 19). “ (CCC 604)

“Este designio divino de salvación a través de la muerte del «Siervo, el Justo» (Is 53, 11;cf. Hch 3, 14) había sido anunciado antes en la Escritura como un misterio de redención universal, es decir, de rescate que libera a los hombres de la esclavitud del pecado (cf. Is 53, 11-12; Jn 8, 34-36)… La muerte redentora de Jesús cumple, en particular, la profecía del Siervo sufriente (cf. Is 53, 7-8 y Hch 8, 32-35). Jesús mismo presentó el sentido de su vida y de su muerte a la luz del Siervo sufriente  (cf. Mt 20, 28). Después de su Resurrección dio esta interpretación de las Escrituras a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 25-27), luego a los propios apóstoles (cf. Lc 24, 44-45).” (CCC 601)

Comprendiendo el sentido, el para qué de la pasión y entrega de Jesús, podemos seguir con el cuestionamiento acerca de si era necesario que el mesías padezca así.

¿Acaso Dios no podía haber obtenido la salvación de los hombres de un modo menos desagradable? ¿Menos duro?  ¿Por qué tuvo que ser tan sangriento? Si ningún padre podría hacer eso con su hijo, ¿Cómo Dios Padre puede entregar así a su hijo? ¿Acaso no es algo perverso? ¿Cómo podemos creer en un Dios así?

Está muy bien preguntarnos estas cosas, y profundizar en este tema, ya que es esencial comprenderlo y clarificarlo.

“Jesús les dijo: «¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?» Y comenzando por Moisés y continuando en todas las Escrituras lo que se refería a él.”  Lc. 24.25-27

El antiguo testamento nos ilumina en el entendimiento del nuevo testamento, y en este caso, uno de los relatos más famosos, la historia de Abraham e Isaac entendida adecuadamente, nos ayuda a comprender cosas que parecen inconcebibles.

El relato de Abraham e Isaac, es muchas veces también malentendido, o malinterpretado. La mayoría de la gente entiende esta historia como un Dios incomprensible, un tanto sádico, quien le da finalmente a Abraham el hijo de la promesa, y luego, lo pone a prueba pidiéndole que lo sacrifique.

Hay varios detalles en esta historia que nos van mostrando que esto no es así. Primeramente, en la tradición judía, esta historia no tiene por nombre “el sacrificio de Isaac”  sino que se llama “Akedat Itzjak”, que significa la atadura de Isaac. Él no era un nene chiquito como muchas veces pensamos. Era ya un chico fuerte, por eso era él quien cargaba los leños para el sacrificio (Gn, 22.6). Isaac tranquilamente hubiera podido negarse a su atadura, luchar contra su padre, pero no lo hizo.

Hay varios indicios, si leemos el relato atentamente, que nos van mostrando que esta ofrenda no era únicamente de Abraham, sino que tanto él como Isaac voluntariamente fueron a ofrecer un sacrificio a Dios. El camino de fe de ambos y su relación íntima con Dios, los había llevado a una comprensión de Dios tal, que sabían que Dios iba a cumplir siempre sus promesas.

Ellos conocían quién verdaderamente era Dios, su bondad, su amor, su compasión. No tenían una imagen desfigurada de Él que los podía hacer percibir malicia, o sarcasmo, sino que sabían que Dios siempre es fiel e Isaac al ser el hijo de la promesa, podía ser entregado por completo, ya que Dios no iba a permitir que lo sacrifiquen, o creían que hasta lo podría resucitar (Heb. 11.19). Isaac fue siempre un don de Dios, y así lo comprendieron tanto el padre como el hijo.

Cuando “caminamos con Dios”, lo conocemos tan profundamente que sabemos que sus motivaciones siempre son buenas y confiamos en que sus caminos son los mejores aunque muchas veces no los comprendamos. Así lo hicieron Abraham e Isaac, el padre y su hijo fueron juntos, voluntariamente, a ofrecer un sacrificio.

El padre ofrece a su hijo, y su hijo voluntariamente aceptando va con él.  Y esta imagen es una muestra anticipada de lo que va ocurrir tiempo después en el Calvario.

Jesús  “…cuando iba a ser entregado a su Pasión, voluntariamente aceptada…”
 (Plegaria Eucarística, Misal)

Tal como Isaac va junto a su padre a ofrecerse en sacrificio, Jesús se ofrece voluntariamente, no sin dolor (Mt. 26, 36-39), pero por voluntad propia, por amor pleno a los hombres. No es una ofrenda del padre por encima de la voluntad del hijo, sino que ambos participan, comparten la misma voluntad de esta ofrenda.

 Jesús mismo lo afirmó:

«El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla. Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla: este es el mandato que recibí de mi Padre «(Jn. 10.17)


En el antiguo testamento lo vemos profetizado claramente con Isaías:

«Si ofrece su vida en sacrificio de reparación, verá su descendencia, prolongará sus días, y la voluntad del Señor se cumplirá por medio de él.  A causa de tantas fatigas, él verá la luz y, al saberlo, quedará saciado. Mi Servidor justo justificará a muchos y cargará sobre sí las faltas de ellos. Por eso le daré una parte entre los grandes y él repartirá el botín junto con los poderosos. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los culpables, siendo así que llevaba el pecado de muchos e intercedía en favor de los culpables.» (Is. 53.10)

¿Eran necesarios tantos sufrimientos?

Iluminado un poco el primer interrogante, y ya comprendiendo que no es el Padre que envía a su Hijo a ser sacrificado, sino que es una ofrenda mutua, podemos preguntarnos ahora: ¿Era necesario que sea sangriento? ¿Tan brutal? ¿No podría haber sido de otra manera?

Sabemos y mencionamos más arriba en la cita bíblica de Isaías, que Jesús vino, como el siervo sufriente, a librarnos de la esclavitud del pecado. Y con su pasión, su flagelación, su humillación y muerte en la cruz, nos muestra, nos deja expuesto, todo el mal que hace el pecado. 

Nosotros somos personas materiales, no somos ángeles, y tanto como Jesús se materializa en la Eucaristía para que podamos sentirlo materialmente, del mismo modo es importante materializar, poner de forma visual, el daño ocurrido.

Durante la historia de la salvación, el pueblo de Israel hacía sacrificios de animales. Algunos de estos sacrificios tenían que ver con la expiación, con sacrificios para pedir perdón por los pecados. Derramaban sobre el altar la sangre de los animales y luego los quemaban, hasta que se consumían. Este sacrificio sangriento no era algo que Dios necesitaba para perdonarlos, sino que ellos necesitaban ver exterior y materialmente el daño que su pecado hacía.

Muchas veces no vemos en el interior de los demás el daño que les hacemos. El sufrimiento del otro es imperceptible para nosotros. Dios lo sabe, y de este modo, manifestando el daño que hace el pecado, expuesto en un hombre tan bueno e inocente, cualquier ser humano en su sano  juicio puede percibir la injusticia del mal.

Es un recordatorio visual que tenemos para poder ver algo de la realidad invisible. Que es mucho más profunda aún.

Creemos en un Dios que se involucra en nuestra vida hasta el extremo. No es un Dios que crea al mundo, como un diseño inteligente y luego se queda reclinado mirando pasivamente la película de nuestra vida como un Netflix vivificado. En la historia de la salvación, Dios se muestra siempre atento a nosotros, involucrado desde el primer momento con la humanidad, y tendiendo puentes para que el hombre se acerque a Él.

Desde el principio Dios se manifiesta como un Padre que nos ama. Nuestra historia es Su historia también. Y si bien es todopoderoso y omnipotente, es un Dios que al compartir nuestra humanidad, jamás podemos reprocharle que no entiende lo que le pedimos cuando rezamos, o cuando sufrimos. No existe otra religión como el cristianismo, que pueda decir lo mismo. Donde tenga un Dios encarnado que padeció las peores cosas. Desde el sufrimiento interior como la soledad, las humillaciones y el abandono, hasta la parte física: la flagelación, el dolor extremo, y la muerte.

“Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin.” (Jn, 13,1)

El amor no debe necesariamente doler, pero ¿Hay amor más grande que dar la vida por el otro? ¿Y de esa forma tan extrema? La cruz es la expresión más radical y explícita que tiene Dios para expresar el amor que tiene por nosotros. 

Y a la vez nos muestra a qué tipo de amor estamos nosotros llamados a dar. Y su pedagogía no es teórica o idealista, sino manifestada y puesta en práctica con el ejemplo.

¿Jesús murió por mí? 

Entendemos ahora un poco más la razón de la entrega y del sufrimiento. Y podemos hacer un nuevo planteo. ¿Jesús murió por mí?

¿Alguna vez te dijeron o escuchaste decir a otros “Jesús murió por vos“ o «Jesús padeció todo eso por vos»? Y tal vez te preguntaste interiormente: “¿Por mí? ¿Qué hice yo? Yo no le pedí que haga eso. ¿Por qué le voy a deber algo?»

» El Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan.” (Mt.6.8)

Y no es que le debemos algo por obligación, sino que contemplar lo que hizo, al conocer bien quién es Dios, nos debe salir naturalmente. Pero esto es un camino de conocimiento, de relación con Dios.

Contemplar la pasión de Cristo y sus sufrimientos, sin entender el porqué, y principalmente sin entender quién es el que está pasando por eso, es algo vacío, hasta podría llegar a ser morboso. Sería como ver una película fuerte, con escenas que nos hacen sufrir un poco y nos conmueve al ver el sufrimiento del personaje, pero que luego la  apagamos y seguimos normalmente con nuestra vida.

Pero esto cambia radicalmente cuando sabemos bien qué significa, y quién es el que está padeciendo todo esto. No es lo mismo si vemos a un personaje cualquiera en una película que justo prendemos en la televisión y de repente está sufriendo, que si vemos la película desde el principio donde nos fueron contando quién es ese personaje, qué hacía en su familia, cuando lo vimos interactuando con sus amigos, y hasta logramos conectarnos con él.

Lo mismo pasa con Jesús sino sabemos quién es. Y no quién es históricamente, o algo que nos contaron sobre él. Sino que lo conocemos por una experiencia que hicimos de Dios, y podemos percibir algo de ese amor que tiene por nosotros.

No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” Benedicto XVI, Deus caritas est. 25 de diciembre de 2005.

Este encuentro personal, es lo que nos cambia nuestra perspectiva y hace que nos conmueva y cambie la vida al contemplar Su pasión. Esta experiencia personal de Dios hace que nos surja espontáneamente una respuesta a estos acontecimientos, y si esta vivencia es verdadera, nuestra vida jamás podrá ser igual.

“Yo te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos.” (Job 42.5)

Cuando pasa esto ya no vemos igual a sus padecimientos y en nuestra vida a la vez no nos sentimos obligados a hacer o cumplir ciertas cosas que «Dios nos manda«, sino que las hacemos como una respuesta de amor. Y no porque Dios necesite algo, sino porque comprendemos que alguien que tanto nos ama, cada cosa que nos dice es por nuestro bien, porque sabe cuál es el camino para que seamos felices, y quiere profundamente que los seamos. «…yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia.» (Jn, 10.10)

No se trata ya de «mandamientos» externos que nos imponen lo imposible, sino de una experiencia de amor nacida desde dentro. “Y, puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4, 10), ahora el amor ya no es sólo un «mandamiento», sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro.” Benedicto XVI, Deus caritas est. 25 de diciembre de 2005

El amor a Dios siempre es una respuesta. Y esta respuesta sólo puede ser tal si es libre. Nadie nos lo puede imponer.

La Pasión de Cristo no es un hecho histórico más

Para que la pasión de Cristo no sea un evento más de la historia, sumado a otros tantos sufrimientos que existieron en el mundo, debemos comprender quién es Jesús. Pero no quién es para el mundo, sino quien es en nuestra propia vida y ser conscientes que todo lo que padeció lo hubiera hecho por uno solo de nosotros; por mí, por vos.

Su entrega de amor no es sólo por toda la humanidad, es personal, individual con cada uno de nosotros. Es el culmen de la búsqueda incesante de Dios hacia hombre. Es la historia de amor más grande que jamás existió.

Ojalá que todos podamos llegar a percibirlo y sentir ese amor tan profundo que, naturalmente y como respuesta amorosa, nos hace salir de nosotros mismos y querer compartirlo cada día de nuestra vida, una vida que jamás será igual.

La entrada ¿Era necesario que el Mesías padeciese tantos sufrimientos? se publicó primero en Judia & Catolica.

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