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Como buen Padre, Dios conoce nuestra esencia, nuestra interioridad, nuestras debilidades, fortalezas, anhelos, conoce absolutamente todo. Y nos creó como seres materiales, con cuerpo. No somos sólo espíritu, sino que somos también cuerpo. Podríamos decir que somos un cuerpo espiritualizado

Y como seres corporales nos comunicamos y expresamos a través de nuestros sentidos. No nos alcanzan sólo los pensamientos y conocimientos intelectuales sino que cuando hablamos de relaciones interpersonales necesitamos del contacto.

Esto se hizo evidente durante la pandemia. Sufrimos tanto a pesar del gran desarrollo de las comunicaciones que hubo. Necesitamos el contacto con el otro, su presencia REAL.

Y como Dios nos conoce íntimamente porque él nos hizo de este modo, es que también se pone en contacto con nosotros de una forma física. A lo largo de toda la historia del ser humano, desde el principio hasta hoy. 

Vamos a adentrarnos en la historia de la salvación para ver cómo es que Dios fue estando presente “en cuerpo”, en la vida de los hombres.

EN EL PRINCIPIO

La biblia siempre nos muestra un Dios cercano a nosotros. Desde el principio en el Edén, el autor bíblico nos dice que Dios paseaba por el Edén al atardecer (Gn.3.8). Esa imagen simbólica tan hermosa en el momento más lindo del día, que nos expresa la intimidad que tenía Dios con el ser humano. Ese fue siempre su proyecto, la intención de habernos creado. 

Como toda relación de amor, debe ser libre, jamás forzada. Por eso nos creó con libertad. Y debido al mal uso que hicimos de ella, y no escuchamos la voz de Dios, no confiamos en Él, rompimos esta relación de intimidad y gran cercanía que teníamos. 

Pero Dios jamás dejó de buscarnos. Desde el mismo instante en que decidimos alejarnos de Él, salió a nuestro encuentro, nos buscó, nos llamó y quiso restaurar la relación de intimidad con nosotros.

Dios siempre se manifestó muy cercano a los patriarcas, hablaba con Noé y también con Abraham como un amigo, (Gn.18), con Moisés “cara a cara” (Ex. 33.11), y siempre manifestó su presencia durante todo su peregrinar. Ahora bien, el culmen de su presencia “material” la podemos ver en un momento clave, fundante del pueblo de Israel que es durante el Éxodo y su camino por el desierto.

Es este momento en donde se constituye el pueblo de Israel como tal, cuando es elegido para ser un pueblo de sacerdotes, un pueblo que sea el representante de Dios aquí en la tierra para llevar su Nombre a todas las naciones.

LA PRIMERA ALIANZA. DIOS HABITANDO ENTRE NOSOTROS

Es en este momento de la historia en que se establece la primera Alianza y es aquí donde Dios habita entre los hombres para conducirlos nuevamente a Él. 

Veamos brevemente cómo se expresa esta presencia real de Dios en el libro del Éxodo:

El Ángel de Dios, que avanzaba al frente del campamento de Israel, retrocedió hasta colocarse detrás de ellos; y la columna de nube se desplazó también de delante hacia atrás,  interponiéndose entre el campamento egipcio y el de Israel. La nube era tenebrosa para unos, mientras que para los otros iluminaba la noche, de manera que en toda la noche no pudieron acercarse los unos a los otros.” Ex.14.19-20

Mientras Aarón les estaba hablando, ellos volvieron su mirada hacia el desierto, y la gloria del Señor se apareció en la nube.”  Ex.16.10

El Señor dijo a Moisés: «Yo vendré a encontrarme contigo en medio de una densa nube, para que el pueblo pueda escuchar cuando yo te hable. Así tendrá en ti una confianza a toda prueba».”  Ex.19.9

“Y Luego subió a la montaña. La nube cubrió la montaña, y la gloria del Señor se estableció sobre la montaña del Sinaí, que estuvo cubierta por la nube durante seis días. Al séptimo día, el Señor llamó a Moisés desde la nube”  Ex.24.15-16

Hay muchas otras citas que hacen referencia a la presencia de Dios entre el pueblo durante este período.

EL ARCA 

Siguiendo el camino, Dios quiso quedarse con ellos y le pidió a Moisés la construcción del Arca. Sus palabras fueron estas: 

Con todo esto me harán un Santuario y yo habitaré en medio de ellos” (Éx.25.8). Esta palabra implica instalar su morada, su carpa,  y es la misma palabra que vemos utilizada en el evangelio de San Juan, cuando llegada la plenitud de los tiempos Dios se encarnó e “instaló su carpa entre nosotros”:

Al principio existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios…(Jn.1.1)

…Y la Palabra se hizo carne
y habitó entre nosotros.”  (Jn.1.14)

Dios permaneció con su pueblo, en medio de ellos en este Arca. Y luego, cómo nos relata el libro de los Reyes, cuando se inauguró el Templo de Jerusalén, construido por el Rey Salomón, cuando trasladaron el Arca al Templo ocurrió lo siguiente:

Mientras los sacerdotes salían del Santo, la nube llenó la Casa del Señor, de manera que los sacerdotes no pudieron continuar sus servicios a causa de la nube, porque la gloria del Señor llenaba la Casa.”  (1.Rey. 8. 10.13)

Fíjense también estos símbolos tan importantes y llamativos, si los interpretamos a la luz del nuevo testamento: en el Arca de la Alianza, la presencia de Dios se acompañaba por el maná,  las tablas de la ley,  los panes de la presencia y por un candelabro de 7 brazos (Menorah).

Estos panes representaban una ofrenda a Dios, y sólo podían ser consumidos por los sacerdotes, ya que constituían “una cosa santísima” (Lv. 24.5-9).

Se denominan panes de la presencia, o de la proposición, y también el término puede ser traducido como “el pan del rostro”, ya que en hebreo se dice “Lejem a panim”; panim, significa rostro. ¿El rostro de quien? Este pan misterioso era como un signo visible del Dios invisible.

CONTEMPLEN EL AMOR DE DIOS POR USTEDES

Según la antigua tradición judía, en el Talmud (obra escrita que recoge las principales discusiones rabínicas sobre leyes judías y tradiciones), cuando los judíos iban al Templo de Jerusalén (cuando aun no había sido destruido), existía una costumbre cuando se juntaban para el evento anual de una de las festividades judías de peregrinación al Templo, donde el sacerdote sacaba del santuario interior del templo (Santo de los Santos) el pan de la proposición y lo llevaba hacia donde estaba la gente. Lo levantaba en su mesa de oro, y pronunciaba las siguientes palabras “contemplen el amor de Dios por ustedes”.  ¿A qué nos remite esta imagen dentro de la Iglesia? 

Del mismo modo, a su lado, debía permanecer siempre encendido el candelabro:

Ordenarás a los israelitas que te traigan aceite puro de oliva molida para el candelero, a fin de alimentar constantemente una lámpara.  Aarón y sus hijos lo deberán preparar en la Carpa del Encuentro, fuera del velo que está delante del Arca del Testimonio, para que arda en la presencia del Señor, desde la tarde hasta la mañana. Este es un decreto irrevocable para todas las generaciones israelitas. (Ex.27.20.21)

PALABRA, SACRIFICIO Y BANQUETE.

Decíamos que en el establecimiento de la primera Alianza fue cuando Dios habitaba entre el pueblo, acampaba con ellos, los guiaba, los protegía, para conducirlos, como los expresó Dios mismo: sobre alas de águila para llevarlos hacia mí. (Ex.19.4)

¿Cómo fue la celebración de esta primera alianza?  

Este rito relatado en el capítulo 24 del libro del Éxodo, nos muestra que en la institución de la primera alianza, fue constituida por la Palabra de Dios, la sangre de animales sacrificados y luego la celebración con un banquete.

En primer lugar se hicieron sacrificios de animales cuya sangre se derramó sobre el altar, como símbolo de Dios, y luego Moisés lo roció al pueblo. Era una alianza sellada con sangre, con la comunión de sangre. Este símbolo de compartir la misma sangre, un pacto de sangre, nos constituye como seres de una misma familia. Es un pacto que manifiesta intimidad

“Moisés tomó la sangre y roció con ella al pueblo, diciendo: «Esta es la sangre de la alianza que ahora el Señor hace con ustedes, según lo establecido en estas cláusulas».” Ex. 24-8

Además del sacrificio y comunión de la sangre, se pronunciaron cláusulas de la alianza, palabras designadas por Dios, y el pueblo respondió “«Estamos resueltos a poner en práctica y a obedecer todo lo que el Señor ha dicho».” Ex. 24-7

Por lo que podemos ver, esta ceremonia integraba la Palabra de Dios, sacrificio y banquete (igual que la celebración de la Misa).

En este camino de la humanidad junto a Dios, de conocimiento mutuo, llegada la plenitud de los tiempos, Dios llevó su presencia a su máximo esplendor: se encarnó y habitó entre nosotros, ya no en una nube o fuego, sino como uno más de nosotros, un verdadero hombre. 

Pero no era sólo un hombre, era mucho más. Y tal como las profecías lo anunciaron, que sería llamado Emanuel, él es Emanuel, que significa en hebreo, Dios con nosotros. 

Él, a la vez, nos prometió que estará con nosotros hasta el fin del mundo (Mt.28.20), pero no sólo presente como lo estuvo durante toda la historia de salvación, de diferentes formas, sino en su cuerpo real, en esta entrega de amor absoluto que hizo por nosotros. Por eso él mismo,

la noche en que iba a ser entregado,
tomó pan,
y dando gracias te bendijo,
lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo:

TOMEN Y COMAN TODOS DE ÉL,
PORQUE ESTO ES MI CUERPO,
QUE SERÁ ENTREGADO POR USTEDES.

Del mismo modo, acabada la cena,
tomó el cáliz,
dando gracias te bendijo,
y lo pasó a sus discípulos, diciendo:

TOMEN Y BEBAN TODOS DE ÉL,
PORQUE ÉSTE ES EL CÁLIZ DE MI SANGRE,
SANGRE DE LA ALIANZA NUEVA Y ETERNA,
QUE SERÁ DERRAMADA
POR USTEDES Y POR MUCHOS
PARA EL PERDÓN DE LOS PECADOS.
HAGAN ESTO EN CONMEMORACIÓN MÍA.

Esta palabra conmemoración, o memoria, es una palabra que implica acción. No es algo pasivo. Así lo vemos claramente también en el libro del Éxodo cuando Dios dice que ha oído el clamor de su pueblo y se acordó de su alianza y por eso “bajó” a salvar a su pueblo. Esta “memoria” o “recuerdo” de su alianza con los hombres, implicó también acción. 

Sabemos que la palabra de Dios es eficaz, que hace lo que dice. Cuando en el relato de la creación Dios dice «que se haga la luz«, se hace luz y con sus palabras haciendo toda la creación. Y en la última cena él mismo dijo esto es mi cuerpo, esta es mi sangre. Su palabra es performativa, hace lo que dice. Su cuerpo y sangre no quedan como símbolos ni representaciones, sino su verdadera presencia real. 

PRESENCIA REAL, EN PALABRAS DE JESÚS

«Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed. …Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí ». Los que lo escuchaban, continuaban murmurando, y preguntándose entre ellos ”¿cómo este hombre puede darnos de comer su cuerpo?”

Cuando a Jesús lo cuestionan sobre sus duras palabras, no dice que está hablando de forma simbólica, sino que hace aún más énfasis en sus palabras, y lo afirma diciendo 5 veces lo mismo y con la afirmación inicial: “Amén, Amén”, “En verdad, en verdad les digo”.  

Quienes estaban allí comprendieron perfectamente que no estaba hablando de forma simbólica, de lo contrario jamás hubiesen dicho “¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?”. (Jn 6.60). 

Cuando Jesús en otros momentos hablaba en parábolas o de forma simbólica, con metáforas como por ejemplo: “yo soy la puerta” “yo soy el buen pastor” “yo soy la vid verdadera”, nunca decían que sus palabras eran extrañas, sino que entendían perfectamente que hablaba de forma simbólica. En cambio en estas expresiones de Jesús sobre su sangre y cuerpo, entienden claramente que sus afirmaciones eran literales. Por eso les parecía un lenguaje duro.

De hecho, además de que era difícil comprender lo que Jesús estaba diciendo acerca de beber su sangre, en el judaísmo esta prohibido consumir la sangre de los animales, ya que «la vida está en la sangre» (Lv.17.11). Sin embargo, es exactamente por eso que Jesús nos da su sangre. Allí esta su Vida, y nos la comparte y hace parte de su Vida Divina. 

CONCLUSIÓN

En este recorrido fuimos viendo como Dios permaneció con nosotros siempre. Desde el primer momento de la creación, hasta hoy. 

Y cómo, a lo largo de la historia de la salvación Dios se manifestó de diferentes modos, y que conociendo nuestra esencia de seres espirituales y corporales, también se materializó de diferentes modos. Llegada la plenitud de los tiempos, se encarnó y habitó entre nosotros, como verdadero hombre.  

Como seres humanos manifestamos nuestra afectividad e intimidad por medio del cuerpo, las palabras no nos alcanzan. Y Dios en este amor tan profundo que tiene por nosotros, nos entregó su cuerpo, nos lo entrega en cada Eucaristía.

Entregar el cuerpo es el mayor acto de donación que podemos hacer para expresar intimidad con el otro. Y Jesús nos da su cuerpo, su alma y su divinidad para relacionarse con nosotros íntimamente y para que así podamos tener Vida, compartir esta Vida de abundancia, participar de la Vida Trinitaria. 

En cada Eucaristía nosotros lo recibimos a él, pero como dice San Juan Pablo II es él quien nos recibe a nosotros. 

Por eso ir a Misa no es para nada como rezar en casa. Ir a misa es participar en la actualización del misterio pascual y compartir la máxima intimidad que podemos tener con Dios, cuerpo a cuerpo, una entrega mutua de amor.

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Las raíces judías de la Eucaristía https://judiaycatolica.com/las-raices-judias-de-la-eucaristia/ https://judiaycatolica.com/las-raices-judias-de-la-eucaristia/#comments Wed, 13 Dec 2017 12:48:46 +0000 https://judiaycatolica.com/?p=536 Conocer las raíces judías de la Eucaristía, es poder ahondar un poco más sobre la forma en la cual Dios obra; vislumbrar cómo tiene todo pensado desde el principio, y la manera en que actúa a través nuestro. Dios nos va dando signos para que, quienes nos interesemos en conocer cómo  Él se sumerge en nuestra historia, podamos identificar […]

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Conocer las raíces judías de la Eucaristía, es poder ahondar un poco más sobre la forma en la cual Dios obra; vislumbrar cómo tiene todo pensado desde el principio, y la manera en que actúa a través nuestro.

Dios nos va dando signos para que, quienes nos interesemos en conocer cómo  Él se sumerge en nuestra historia, podamos identificar su firma, su huella en cada detalle y  de este modo apasionarnos por seguir profundizando en sus misterios. Esos misterios que cuánto más uno descubre, más se da cuenta de lo inabarcables que son y a la vez, no puede dejar de adentrarse en ellos.
En este trabajo, vamos a recorrer algunas de las raíces del más profundo misterio y Don de Dios que jamás existió y me animo a afirmar, existirá. El material utilizado para esto es obtenido principalmente del libro del Dr. Brant Pitre, Jesús y las raíces judías de la Eucaristía y de una de sus conferencias sobre el tema. (en el cual se utilizan no sólo las Sagradas Escrituras como fuente, sino también libros de tradición judía, como el Talmud y la Mishná, imprescindibles para conocer e interpretar el tema en cuestión). El autor recorre toda su investigación bajo la siguiente premisa: ¿cómo es posible que los primeros cristianos que eran judíos, y muchos como San Pablo y San Pedro, muy observantes de la ley judía, la Torá, hayan creído en la presencia real de Jesús en la Eucaristía?

Este interrogante lo hace teniendo en cuenta en especial, que en el tercer libro de la Torá (en griego Pentateuco) el Levítico, está prohibido claramente que los judíos tomen cualquier tipo de sangre: «Ninguno de ustedes comerá sangre, ni tampoco lo hará el extranjero que resida en medio de ustedes». (Levítico, 17.12). Y sin embargo, encontramos en San Pablo en La primera Carta a los Corintios lo siguiente:

La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo?” (10.12)

¿Cómo pasó una persona como San Pablo, estricto observante de la ley del Levítico, a creer y consumir la sangre de Cristo?

Lo que vamos a ver a continuación es que, precisamente su fe judía, sus prácticas y tradiciones judías, fueron los fundamentos que hicieron que San Pablo, junto a San Pedro y el resto de los primeros judíos cristianos de la época, creyeran en la presencia real de Jesús en la eucaristía.

Es ciertamente por determinados conceptos y tradiciones judías que vamos a poder entender este traspaso, y comprender más profundamente el misterio de la Eucaristía.

Existen varios aspectos para sumergirnos en este tema. En este trabajo vamos a hacerlo a través de tres cuestiones bíblicas:

1-La pascua judía (Pesaj)

 2-Las creencias judías sobre el maná

 3-El pan de la presencia o de la proposición, que los judíos conservaron en la Carpa del Encuentro y luego en el Templo de Salomón.

Expectativas Mesiánicas del judaísmo en la época de Jesús

Primero, para comprender las raíces judías de la Eucaristía, necesitamos analizar brevemente cuáles eran las expectativas del pueblo judío en la época de Jesús, con respecto a la venida del Mesías.

Si tenemos que responder rápidamente,  lo primero que se nos viene a la mente es lo más obvio, lo más escuchado: los judíos esperaban un Mesías terrenal y político. Si bien esto es en parte verdad, no era la única interpretación. Esta concepción y esperanza era propia de un grupo de judíos, conocidos como los zelotes.

Pero muchos otros judíos, que conocían muy bien las escrituras,  esperaban otra cosa diferente. Esta esperanza mesiánica se puede simplificar en un nuevo éxodo.

Según los profetas como Jeremías y Ezequiel, cuando el Mesías viniese, salvaría el pueblo como lo hizo Moisés y traería una nueva alianza. Y esta nueva era, sería un nuevo éxodo.

Vamos a hacer un brevísimo resumen: antes del éxodo, las doce tribus estaban esclavizadas por el faraón de Egipto. Y Dios mandó a Moisés para liberar al pueblo y conducirlo a la tierra prometida. Este acto es la base fundamental para entender lo que el nuevo éxodo a la vez espera.

1- En el primer éxodo había un salvador, que fue Moisés. En el nuevo éxodo se espera a otro salvador, el Mesías.

2- En el primer éxodo las doce tribus fueron liberadas de la esclavitud de Egipto. En el nuevo éxodo se espera la liberación no sólo de judíos sino también de los gentiles. Y ya no de la esclavitud física, sino del pecado. Y hasta de la muerte misma.
3- Una vez que el pueblo de Israel salió de Egipto estuvieron en un viaje por el desierto durante 40 años, antes de llegar a la tierra prometida de Canaán. En el nuevo éxodo los profetas nos dicen que Israel va hacia un nuevo viaje, un recorrido a una nueva tierra prometida, que será como un nuevo edén.

4- En el desierto, el lugar físico para dar culto a Dios estaba centrado en un lugar especial, llamado el tabernáculo. Un templo “portátil” en donde los israelitas ofrecían sacrificios y lo llevaron durante todo su viaje por el desierto. Y cuando llegaron a la tierra prometida, un tiempo después con el rey Salomón, hicieron un templo permanente que para ellos constituía el lugar de encuentro con Dios, el lugar sagrado, donde Dios moraba. En el nuevo éxodo los profetas nos dicen que el culto a Dios va a estar centrado en un nuevo templo, un nuevo santuario, aún más glorioso que el templo de Salomón.

5- En el primer éxodo el destino final no era el Monte Sinaí, ni siquiera la tierra prometida, sino Jerusalén, donde se edificó el Templo.  En el nuevo éxodo, el viaje final va a ser la nueva Jerusalén, lo que Isaías llama la nueva tierra, la nueva creación.

Esto es lo que esperaban los judíos que conocían bien las escrituras. Un nuevo éxodo para la salvación.

Y ahora sí con estos datos en mente,  remontémonos a la época de Jesús, y tratemos de analizarlo a través de estos ojos, con esta mirada, con las expectativas mesiánicas que tenían los judíos en ese momento.

Un nuevo éxodo y una nueva pascua.

Si se espera un nuevo éxodo, ¿qué es lo que se necesita tener primero? ¿Cómo comenzó el primer éxodo?

El pueblo de Israel no sólo salió de Egipto, sino que fue liberado por Dios, “por su brazo poderoso”, obrando, entre otras cosas, a través de las 10 plagas. Y fue con la última plaga, cuando la muerte de los primogénitos cayó en Egipto y atravesó, “pasó” las casas de los israelitas, cuando el faraón finalmente los dejó partir.

Para que esto ocurriera, Dios le dio a Moisés indicaciones específicas acerca de lo que su pueblo debía hacer, y la práctica de éstas consistió en lo que fue la primera pascua. (Esto se puede ver detalladamente en el Antiguo Testamento en el capítulo 12 del libro del Éxodo.)

El libro del Éxodo no sólo cuenta la historia sobre lo que pasó en la noche de la Pascua, sino que también establece la liturgia pascual, el rito pascual, que debía ser llevado a cabo por el pueblo judío esa misma noche y para siempre. Incluso se sigue haciendo hasta el día de hoy.

Cada padre debía actuar como un sacerdote para su familia, ofreciendo un sacrificio. Debía llevar un cordero puro, sin ningún defecto, de un año de edad y matarlo. Cortar su cuello y colocar la sangre en un recipiente. Y luego el padre debía tomar una rama de la planta de hisopo, y mojarla en esa sangre y poner en los marcos de la puerta de su hogar, como un signo de la alianza con Dios. Un signo para que el ángel de la muerte “pase”, “atraviese” ese hogar, y no muera el primogénito.

Finalmente y fundamental, al final de este ritual, la familia debía juntarse en la cena y comer la carne de ese cordero. Esa era la culminación del sacrificio pascual. Era esencial hacer esto. No importaba si les gustaba el cordero o no, sí o sí debían consumirlo todo, de lo contrario, no se cumplía el sacrificio.

A lo largo de los años, la celebración de la pascua,  Pesaj se fue desarrollando en la tradición judía. No sólo se hace lo que está detallado en la Biblia sino que se le fueron añadiendo aspectos tradicionales. De modo que para entender cómo era la celebración de Pesaj en la época de Jesús hay que entender y conocer también la parte tradicional.

En la noche de la celebración del Seder de Pesaj (así se llama a esta cena especial), el hijo más pequeño le hace al padre ciertas preguntas. Por ejemplo: “¿por qué esta noche es diferente a las demás?” “¿Por qué esta noche comemos pan sin levadura?” y el padre le va respondiendo con estas palabras:

“es por lo que Dios hizo POR MI, porque fui liberado de Egipto”.

Sin importar cuánto tiempo haya pasado de ese momento y de la primera celebración de la pascua judía, se sigue diciendo que es por lo que Dios hizo por mí. La celebración se ve como un acto de participación en esa primera pascua, no sólo un recordatorio. Es una participación espiritual en el primer éxodo de  Egipto.  En la Mishná, colección de tradiciones rabínicas judías, se enseña que en toda generación un hombre debe celebrarlo como si él mismo hubiera salido de Egipto. Y por eso debemos dar gracias a Dios. El hecho trasciende el tiempo y el espacio.

¿Por qué esta pascua es diferente a todas las demás?

Como mencionamos previamente, para tener un nuevo éxodo se requiere también una nueva pascua. Y la noche de la última cena, Jesús celebra junto a sus discípulos la celebración de Pesaj, la pascua Judía. Del mismo modo que cientos y miles de otros judíos lo estaban haciendo esa misma noche.

Pero algo más grande estaba ocurriendo esa noche, en esa pascua, que la hacía diferente a todas las pascuas antes celebradas: Jesús instituye la nueva pascua del nuevo éxodo.

Por medio de este sacrificio Jesús inaugura el nuevo éxodo que los profetas habían anunciado y que el pueblo judío tanto anhelaba. Esta noche, Jesús pronuncia por primera vez las palabras que consagran su propia sangre, como expiatoria. Derramada por muchos, para el perdón de los pecados.

Cualquier judío de la época conocía que la única persona que podría ofrecer sangre por el perdón de los pecados era un sacerdote ordenado.  Jesús reconfigura la pascua judía a través de su propio sufrimiento y su propia muerte y marca la nueva pascua y la nueva alianza. Asimismo se instituyen nuevos sacerdotes: Jesús y los 12 apóstoles.

Un nuevo cordero, el cordero de Dios

Jesús reemplaza el sacrificio del cordero pascual por el sacrificio de sí mismo. Se va a ofrecer él mismo para el perdón de los pecados. Será “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan, 1.29). Jesús establece en ese momento y para siempre un nuevo sacrificio, transustanciado en pan y vino, su sangre y su cuerpo. Y de esta forma tan sagrada y misteriosa, se inaugura el nuevo éxodo.

Retomando la pregunta inicial, ¿por qué los primeros judíos cristianos creyeron en la verdadera presencia de Dios en el pan y el vino? Es porque ellos sabían, pudieron percibir, que la eucaristía no era nada menos que una nueva pascua. Y sabían que este sacrificio, al igual que la antigua pascua, era una participación en la pascua de Jesús.

Del mismo modo que la pascua judía era vista como volver espiritualmente a la primer noche del éxodo, la primera noche de pascua, del mismo modo la eucaristía hace presente el sacrifico de Jesús en el calvario. En cada Misa somos llevamos a esa anoche en la que Jesús se ofreció a sí mismo en la última cena. Estamos con Él allí y a la vez con Él allí en el calvario.

Y acá se presenta un factor fundamental: si la Eucaristía es la nueva pascua, del nuevo éxodo, el cordero debe ser consumido. No un símbolo del cordero, ni un recuerdo del cordero, sino que al igual que la pascua judía, hay que consumir, comer el cordero pascual para poder completar el sacrificio pascual. Ya que como mencionamos anteriormente, la pascua no se completa con la muerte del cordero, sino cuando se lo consume.

San Pablo dice refiriéndose a esta nueva pascua: “Porque nuestro cordero pascual, Cristo, ha sido inmolado” (1 Cor. 5:7). Y Pedro: “Ustedes saben que fueron rescatados de la vana conducta heredada de sus padres, no con bienes corruptibles, como el oro y la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, el Cordero sin mancha y sin defecto, predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos para bien de ustedes.” (1P 1,18-19)

El pan del cielo

“En el desierto, los israelitas comenzaron a protestar contra Moisés y Aarón. «Ojalá el Señor nos hubiera hecho morir en Egipto, les decían, cuando nos sentábamos delante de las ollas de carne y comíamos pan hasta saciarnos. Porque ustedes nos han traído a este desierto para matar de hambre a toda esta asamblea».” (Éxodo 16.2)

 Esto ocurre al segundo mes de estar en desierto. Era tan difícil lo que el pueblo estaba atravesando que comenzaron a mirar con añoranza el pasado. Un pasado que era de esclavitud, opresión, pero que desde su punto de vista comenzaba a verse diferente, lo valoraban de otro modo y tenían la tentación de querer volver atrás. Y murmuraban entre ellos, reclamándole a Dios, quejándose. Dios escucha su clamor y responde dándoles “pan desde lo alto”, el milagro del maná. Por la mañana era pan, y por la noche carne del cielo.

Vamos vislumbrando cómo los misterios del Nuevo Testamento están escondidos en el Antiguo, esperando ser develados por la eucaristía. El maná era una sustancia blanca que parecía tener gusto a miel, según el éxodo. ¿Y por qué miel? La tierra prometida debía abundar en leche y miel. El maná era como una degustación de la tierra prometida. Dios les está diciendo que confíen en Él. Que si bien es verdad que en ese momento están atravesando algo difícil, el desierto, lleno de pruebas y sufrimientos, llegará el momento en que van a estar en casa, en la tierra prometida, y el maná es una muestra de lo que va a venir, de la promesa.

El pueblo se daba cuenta que el Maná no era un pan común. De hecho lo llamaban el pan de los ángeles:

“…hizo llover sobre ellos el maná, les dio como alimento un trigo celestial;
todos comieron en pan de ángeles, les dio comida hasta saciarlos.” (Salmo78.24)

El pueblo de Israel era consciente que el maná era algo milagroso. De modo que además de comerlo lo ponían en un recipiente de oro, y lo colocaban dentro del arca de la alianza. (Similar a como los católicos cuidan y guardan a la Eucaristía). Los israelitas lo guardaban como un recordatorio de los milagros de Dios y del amor de Dios por su pueblo. “La Primera Alianza tenía un ritual para el culto y un santuario terrestre. En él se instaló un primer recinto, donde estaban el candelabro, la mesa y los panes de la oblación: era el lugar llamado Santo. Luego, detrás del segundo velo había otro recinto, llamado el Santo de los Santos. Allí estaban el altar de oro para los perfumes y el Arca de la Alianza, toda recubierta de oro, en la cual había un cofre de oro con el maná, la vara de Aarón que había florecido y las tablas de la alianza.” (Hebreos, 9.1)
El maná no era sólo una cuestión del pasado para el pueblo, sino que en la época de Jesús, existía una tradición que decía que cuando viniera el Mesías, quien iba ser un nuevo Moisés, una de las cosas que debía hacer era traer de vuelta el pan milagroso del cielo. Un escrito antiguo del judaísmo decía: el Mesías comenzará a revelarse y muchos verán maravillas. El tesoro bajará nuevamente del cielo y los hombres lo comerán y verán milagros todos los días.


Cómo católicos podemos afirmar la presencia diaria, en cada Misa, de un milagro. El pan y el vino transformado en el cuerpo y la sangre de Cristo. El milagro más grande que puede existir. Jesús, nuestro pan de cada día.

El maná, el pan de vida y el Cuerpo de Cristo

Se puede pasar muchísimo tiempo analizando el capítulo 6 del Evangelio de Juan, sobre el discurso del pan de vida. Pero para continuar con el objetivo de este trabajo sólo vamos a analizar la parte del maná.

Nuestros padres comieron el maná en el desierto”… Jesús respondió:

«Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo». Ellos le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan». Jesús les respondió: «Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed. (Juan 6.31) Los judíos volvían una vez más a murmurar y se preguntaban, lógicamente: « ¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir ahora: «Yo he bajado del cielo»? y Jesús les respondió dejando bien claro:” Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que  tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí ». Los que lo escuchaban, continuaban murmurando, y preguntándose entre ellos ”¿cómo este hombre puede darnos de comer su cuerpo?”

Es central destacar que cuando a Jesús lo cuestionan no dice que está hablando de forma simbólica, sino que hace aún más énfasis en sus palabras, y lo afirma diciendo “Amén, Amén”, “en verdad, en verdad les digo”. Y cierra diciendo:

“Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron  sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente».

Jesús abre esta parte del discurso con la figura del maná, y finaliza también de la misma manera. Incluso los discípulos también decían que eran palabras muy duras, murmuraban, al igual que los israelitas murmuraban en el éxodo, y Jesús les dice: “¿Qué será, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir al lugar donde estaba antes?”

Nuevamente, retomemos nuestra pregunta original: ¿Cómo es posible que los apóstoles, San Pablo, San Pedro, creyeran en la verdadera presencia de Jesús en la Eucaristía? Es muy simple, a través del don del Espíritu Santo y la fe, pudieron reconocer que la eucaristía no es sólo la nueva pascua sino el nuevo maná del cielo. Y en relación a esto se hace evidente la verdadera presencia desde dos puntos de vista:

1- Si la Eucaristía es el nuevo maná del cielo, debe ser algo sobrenatural. No puede ser algo menor que eso. Si la Eucaristía fuera sólo un símbolo, implicaría que el antiguo maná es más grande que el nuevo, siendo el maná un pan milagroso caído del cielo, ¿El nuevo maná acaso puede ser sólo un símbolo? De ningún modo. El nuevo maná como mínimo debería ser algo sobrenatural caído del cielo. Algo extraordinario, celestial, sobrenatural, milagroso. Las figuras, que son símbolos del Antiguo Testamento que apuntan a  la nueva alianza , nunca pueden ser superiores al hecho que señalan.

2- Si la eucaristía es el nuevo maná del cielo, entonces los primeros cristianos debían reconocer que la Eucaristía no es el cuerpo crucificado de Jesús como cordero, sino que es además el cuerpo resucitado, bajado del cielo. Por eso Jesús les dice: “¿Qué será, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir al lugar donde estaba antes?”. Para entender el misterio de la Eucaristía, Jesús les dice que deben entender la resurrección, el misterio de la ascensión. No les está diciendo que hagan canibalismo, no les da ese cuerpo físico que están viendo en ese momento, sino su cuerpo resucitado, su cuerpo sobrenatural, bajo la forma de pan y vino. Y la forma de hacerlo es luego de la resurrección, donde su cuerpo ya no está limitado por el tiempo y el espacio, sino que puede aparecer donde quiere, cuando quiere. Como lo hace luego de la resurrección. Es un nuevo cuerpo, un cuerpo glorificado. Que en cada Misa se hace presente. No sólo su muerte en el calvario sino su resurrección.

El pan de la ofrenda o de la proposición

Vamos ahora a analizar el tercer y último punto, el pan de la presencia, de la ofrenda o pan de la proposición. (se da nombre distinto de acuerdo a la traducción)

El culto a Dios durante el éxodo estaba centrado en la carpa del encuentro, como el templo portátil. Dentro de éste había diferentes sectores. Uno de ellos era el lugar Santo que contenía entre otras cosas, el pan de la ofrenda, a veces traducido como el pan de la proposición, en hebreo: “lejem hapanim”. Durante el Éxodo, lo primero que Dios les enseña, luego de darles los mandamientos, es cómo rendir culto a Dios. Les das un detalle muy amplio sobre cada cosa que debían hacer y cómo hacerlo. Casi la mitad del libro del éxodo está destinado a la descripción de cómo rendir culto a Dios. Entre estas indicaciones, Dios les dice cómo deben construir la carpa del encuentro, y le ordena a Moisés que debe incluir tres símbolos clave allí:

1- el altar donde se quemaban los perfumes e inciensos.

2-la menorá (candelabro con 7 velas con fuego que debían estar siempre prendidas)

3-una mesada de oro donde debían colocar allí los panes de la ofrenda.

En el libro del Levítico, se detalla la forma en que estos panes deben ser ofrecidos y consumidos:

“Prepara además doce tortas de harina de la mejor calidad, empleando dos décimas partes de una medida para cada una. Luego las depositarás en la presencia del Señor, en dos hileras de seis, sobre la mesa de oro puro; y sobre cada hilera pondrás incienso puro, como un memorial del pan, como una ofrenda que se quema para el Señor. Esto se dispondrá regularmente todos los sábados delante del Señor: es una obligación permanente para los israelitas. Los panes serán para Aarón y sus hijos, y ellos deberán comerlos en el recinto sagrado, porque se trata de una cosa santísima. Es un derecho que Aarón tendrá siempre sobre las ofrendas que se queman para el Señor” (Levítico 24)

El pan de la ofrenda, de la proposición, también puede ser traducido como “el pan del rostro” porque en hebreo panim, significa rostro. Nos preguntamos, ¿el rostro de quien? El rostro de Dios todopoderoso. Este pan misterioso era como un signo visible del Dios invisible.

“Contemplen el amor de Dios por ustedes”.

Según la antigua tradición judía, (escrito en el Talmud) en la época de Jesús, cuando los judíos iban al templo a Jerusalén, había una costumbre cuando se juntaban para el evento anual de la pascua, el sacerdote hacía algo que no hacía en el resto del año. Sacaba del santuario interior del templo (Santo de los Santos), donde nadie podía ingresar excepto el sacerdote, el pan de la proposición.

El sacerdote lo retiraba y lo llevaba hacia donde estaba la gente y lo levantaba en su mesa de oro, y pronunciaba las siguientes palabras “contemplen el amor de Dios por ustedes”.  Esto suena muy similar a lo que vemos cada día en la Misa cuando el sacerdote levanta la Eucaristía y dice “este es el cordero de Dios”.

Lleva así, a la plenitud el maná, el pan de la presencia, con el cuerpo y la sangre de Cristo. La palabra hecha carne y habitando entre nosotros.
Volviendo a la pregunta principal: ¿Por qué los primeros judíos cristianos creyeron en la verdadera presencia de Jesús en la eucaristía? Muy simple. Porque no sólo sabían que era la nueva pascua, ni porque sólo sabían que era el nuevo Maná. Ellos comprendieron que era el nuevo pan de la ofrenda, el pan de la presencia, del rostro.

Para Resumir

1- Si bien a veces solemos pensar en el judaísmo y el cristianismo como opuestos, por el contrario, es precisamente la fe judía de los primeros cristianos lo que les permitió creer en la real presencia de Jesús, que de verdad es su cuerpo, sangre, alma y divinidad. Una vez más, vemos como el judaísmo y el de cristianismo, son una continuidad, una completud.

2- Lo que recibimos en cada Misa es el verdadero y nuevo cordero pascual, y somos llevados en el tiempo a la hora de Cristo, a su pasión, cuando el cordero de Dios, que quita los pecados del mundo, nos amó hasta el extremo y dio su vida por nosotros. Eso es lo que la Misa es.

3- Del mismo modo que los judíos pueden decir “Porque Dios me liberó a mí de la esclavitud de Egipto”, los católicos también pueden decir: Dios me amó, dio su vida por mi, para poder ser salvado. No sólo de la muerte física, sino de la muerte eterna, de la eterna separación con Dios.

4- La Eucaristía no sólo apunta atrás hacia el calvario, sino que apunta hacia adelante, a la resurrección. No únicamente a la resurrección de Jesús, sino a la nuestra al final de los tiempos.

5- Si la Eucaristía es el nuevo maná, es a la vez una promesa y una muestra del cielo y de la resurrección de los muertos al final de los tiempos. Por eso Jesús dice que quien come de su cuerpo y beba de su sangre tendrá vida eterna. Y lo resucitará el último día. Nosotros no tenemos forma de resucitarnos por nuestra cuenta, para eso necesitamos ser parte del cuerpo resucitado de cristo. La Eucaristía es el nuevo pan de la presencia. Porque Dios está presente ahora. Es Dios con nosotros (Emmanuel), y viene a nosotros a través de la Eucaristía. Escondiéndose tras la apariencia del pan y el vino para poder estar en todo lugar y en todo momento.

Él está aquí con nosotros mientras atravesamos el desierto hacia la tierra prometida celestial. Y ese día, cuando lleguemos a esa nueva tierra prometida, y el nuevo éxodo se haya completado, y hasta el nuevo maná deje de existir, Él ya no estará escondido detrás del velo, detrás de la apariencia de pan y vino, Y nosotros ya no lo veremos, como dice San Pablo, a través de un espejo. Ese día lo conoceremos, lo veremos, como es, cara a cara, “rostro” a “rostro”.

raicestapa

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