El Adviento es un tiempo de espera… un momento del año que vuelve una y otra vez.
Y cada año nos invita a preguntarnos: ¿cómo vivo esta espera hoy?
¿En qué punto de mi camino de confianza me encuentra?

Más allá de la Navidad y de todo lo que simboliza, si pensamos en la espera en nuestra propia vida, vale hacerse una pregunta sencilla pero profunda:
¿Qué estoy esperando?
¿Qué estoy esperando que pase para recién ahí avanzar, decidir, animarme…?

Muchas veces nos decimos:
“Cuando pase tal cosa, voy a hacer tal otra…”
“Cuando se den ciertas condiciones, ahí sí voy a poder…”

Pero ¿por qué esperar?
No existe un “momento ideal” donde todo esté perfectamente alineado para cumplir nuestra misión o nuestro propósito.
Jesús no llamó a sus apóstoles cuando estaban retirados, tranquilos o con todo resuelto, sino que irrumpió en medio de sus vidas, en medio de sus problemas… porque así es la vida.
No existe nadie que no tenga dificultades.

La pregunta que podemos hacernos es:
¿Cómo atravesamos esos problemas?
¿Con enojo, resentimiento o amargura?
¿O como parte del camino?

Entendiendo que no son el fin, sino solo momentos.
Momentos que podemos vivir desde la confianza: sabiendo que Dios quiere lo mejor para nosotros y que sus tiempos son perfectos… aunque muchas veces no nos lo parezcan.

Para caminar mejor en los tiempos difíciles es esencial tener presente qué esperamos y hacia dónde vamos.
Cuando eso está claro, nuestra mirada no se queda detenida en el obstáculo de turno, sino que mira más lejos, hacia adelante, con esperanza.

Y es justamente la esperanza la que nos pone en movimiento.
La que nos impide quedarnos estancados en los problemas.
La que nos quita el miedo y esas preocupaciones que nos roban la alegría de vivir.
Porque la esperanza percibe cosas que la razón, por sí sola, no puede ver.

La filósofa Hannah Arendt escribió:
“Las promesas se dan para formar ciertas islas perfectamente delimitadas de previsibilidad en un mar de incertidumbre.”

Es así: del futuro no sabemos nada.
La única certeza real es el presente.
Las promesas, que siempre miran al futuro, nos dan un punto firme en medio de lo incierto.

Sin embargo, cuando las promesas vienen de personas, siempre queda un pequeño margen de duda: porque no todo depende de su voluntad.
En cambio, cuando la promesa viene de Dios, ahí sí aparece esa verdadera “isla de previsibilidad” a la que podemos aferrarnos.
Y eso no es ingenuo optimismo:
es esperanza fundada en la Palabra de Dios, que una y otra vez ha demostrado ser digna de fe.

Cuando Dios nos repite:
“No temas, yo estaré contigo”,
nos entrega una promesa para sostenernos y caminar sobre ella.
Nos da firmeza para apoyar nuestros pasos.

Fue esa Palabra la que hizo que Pedro caminara sobre el agua.
En medio de un mar turbulento, pudo fijar la mirada en Jesús y caminar por un sendero firme que lo conducía hacia Él.
Pero solo cuando eligió mirarlo y creerle.

La Navidad celebra el cumplimiento de las promesas de Dios hechas al Pueblo de Israel durante siglos.
Es el cumplimiento del envío del Mesías prometido por Dios desde el inicio mismo de la historia, desde Génesis 3, pasando por los patriarcas y los profetas.
Celebramos que ha nacido un Salvador, y una vez más confirmamos que la Palabra de Dios es fiel y digna de confianza.

Entonces, ¿Qué nos quiere enseñar Dios en el Adviento, cada año, celebrando siempre lo mismo?
Esperamos la venida de Jesús sabiendo exactamente el día y la hora en que acontecerá…
El Adviento nos recuerda la realidad de la espera, pero al mismo tiempo nos revela algo más grande:
una espera fundada en la certeza que dan sus promesas, en la fidelidad de Su Palabra.

Dios nos enseña —en ese breve período del año— una pequeña muestra de cómo debemos vivir toda la vida:
confiando en que su Palabra es digna de fe, que sus promesas son reales y que se cumplen.

No porque Él necesite que confiemos,
sino porque nosotros lo necesitamos.
Porque eso cambia por completo nuestro modo de vivir y de enfrentar lo que nos pasa.

Por eso Dios nos “entrena” año tras año.
Para que podamos trasladar esta experiencia a toda nuestra vida:
vivir siempre como en un Adviento, en movimiento, con la mirada puesta en una promesa segura, en una Palabra firme que se cumple.

Creer y confiar en esa Palabra que nos dice:
“Alégrate, yo ya he vencido al mundo.”
y que una y otra vez nos repite:
“No temas, yo estoy contigo.”

Leave a Reply

Your email address will not be published.