La Palabra de Dios como bálsamo en nuestra vida.
Se dice que en la Biblia la frase “No temas” aparece 365 veces, una para cada día del año. Más allá de si esto es exacto o no, lo cierto es que la mayoría de nosotros necesitamos escuchar esas palabras todos los días de nuestra vida.
Tenemos miedo. Vivimos con ansiedad. Nos preocupamos por tantas cosas.
El miedo se opone a la fe, a la confianza, a la esperanza.
Pasamos tanto tiempo pensando en el futuro que terminamos descuidando el presente —la única realidad que verdaderamente existe.
El momento presente es el único lugar del encuentro con Dios: allí Él actúa, nos da la gracia y las fuerzas para afrontar lo que hoy tenemos que atravesar.
No la de mañana. La de hoy.
“No se inquieten por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo.
A cada día le basta su aflicción.”
(Mateo 6, 34)
El maná en el desierto
Cuando el pueblo de Israel atravesaba el desierto, Dios le envió maná del cielo para alimentarlo y les dio una indicación muy clara:
“Que nadie reserve nada para el día siguiente”.
Algunos no le hicieron caso y guardaron una parte; pero se llenó de gusanos y produjo un olor nauseabundo…
(Éxodo 16, 19-20)Posiblemente muchos de nosotros hubiéramos hecho lo mismo.
Estando en medio del desierto, sin recursos, y viendo alimento caer del cielo, lo más lógico parecería acumularlo “por las dudas” de que mañana no vuelva a haber.Pero aunque Dios les pidió que no reservaran nada, el miedo a no tener a algunos los llevó a desobedecer. En lugar de confiar, actuaron por temor.
Ser como niños
Jesús nos invita a hacernos como niños: a confiar en Él, a dejar en sus manos nuestras preocupaciones y nuestras cargas.
Como los niños que confían en sus padres y se suben al auto sin saber adónde van; juegan tranquilos, sin pensar si habrá algo para la cena, porque confían en que sus padres se encargarán de eso.“Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados,
y yo los aliviaré.”
(Mateo 11, 28)Y nosotros, creemos en Dios… pero ¿le creemos a Dios?
¿Le creemos cuando nos dice “No temas”, “Yo estoy contigo”?Dios no quiere que carguemos el peso de nuestra vida solos.
Cuando intentamos hacerlo con nuestras fuerzas, terminamos agotados.
¿Acaso no estamos exhaustos?¿Y si eligiéramos creerle?
¿Confiar realmente en su Palabra y entregarnos a Él?Cada mañana, al despertar, antes de mirar el celular o pensar en todo lo que tenemos que hacer,
podemos hablar con Dios.
Pedirle que nos acompañe, que cargue con lo que nos supera.
Que se encargue, que nos dé esa caricia, ese alivio y la esperanza de saber que no todo depende de nosotros.Solo nos pide hacer lo mejor que podamos, pero recordando que no todo es controlable.
“Confía en el Señor de todo corazón y no te apoyes en tu propia inteligencia;
reconócelo en todos tus caminos y Él allanará tus senderos.”
(Proverbios 3, 5-6)No es fácil abandonarnos en Él, dejar de preocuparnos tanto, dejar de tener miedo.
Por eso, tantas veces nos repite:“No temas, Yo estoy contigo.”
Cambiar la mirada
Aun cuando ya vimos su acción en nuestra vida y experimentamos su ayuda en momentos imposibles, volvemos a temer ante un nuevo desafío.
Por eso necesitamos cambiar la mirada: ver la vida no con nuestra lógica, sino con la de Dios.Como Pedro, que pudo caminar sobre el agua mientras su mirada estaba fija en Jesús. Pero cuando intentó comprender desde su razón lo que ocurría, se hundió.
Así también nos pasa a nosotros: cuando nos regimos por la lógica del mundo, corremos el riesgo de hundirnos.Cuando lo imposible sucede
Pensemos en el Mar Rojo.
El pueblo de Israel había sido liberado y avanzaba hacia el desierto. Detrás venía el ejército del faraón.
Delante, el mar.
No podían avanzar ni retroceder. La situación era desesperante. Muchos gritaron, lloraron, y acusaron a Moisés de haberlos llevado allí para morir.Imaginemos que en ese momento alguien les hubiera dicho:
“No se preocupen, el mar se abrirá en dos, pasaremos por tierra seca, y cuando los egipcios intenten seguirnos, las aguas caerán sobre ellos.”¿Quién le habría creído? Seguramente nadie.
Lo mismo con Sara, esposa de Abraham, contándole a sus amigas que, en su vejez, iba a tener un hijo.
O María, diciendo a sus familiares que había concebido por obra del Espíritu Santo.
O Pedro, relatando que caminó sobre el agua.
O los discípulos, cuando Jesús les pidió alimentar a más de cinco mil personas con solo cinco panes y dos pescados.Estas no son historias de ficción. Nosotros creemos que son reales.
Entonces, ¿por qué no creemos que lo imposible puede suceder también en nuestra vida?“Si tuvieran fe como un grano de mostaza, nada les sería imposible.”
(Mateo 17, 20)No somos de este mundo
Nosotros no somos de este mundo (Jn. 15, 19).
Y cuando vivimos bajo los criterios de este mundo,
sentimos angustia, nos sentimos perdidos, sobre cargados.Hay una frase que me encanta que dice:
“Los que bailan son llamados locos por quienes no pueden escuchar la música.”
Pidámosle a Dios que nos dé esa confianza que Él nos pide que tengamos,
esa confianza de locura que tienen los santos,
las personas que atraviesan situaciones imposibles
y que, a los ojos del mundo, parecen locas
porque no pueden escuchar la música que ellos sí escuchan.Pidámosle a Dios que nos de la fe del salmista, capaz de decir:
“Aunque camine por valle de sombra de muerte,
no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo.”
(Salmo 23, 4)Pidámosle la confianza de Moisés, de Abraham, de Sara, de María,
y de todos los locos de Dios que escucharon su música
y bailaron al compás de ella,
haciendo cosas maravillosas con sus vidas.Dios, dame esa confianza de locura.
Muéstrame tu música y enséñame a bailar al compás de ella.
