Santa Edith Stein –también conocida como Teresa Benedicta de la Cruz– fue filósofa, judía, católica, carmelita, mártir. Su vida desafía toda etiqueta, pero tiene un hilo conductor profundo: la búsqueda incansable de la verdad. Esa búsqueda la llevó desde el ateísmo hasta la fe, desde la cátedra universitaria hasta el silencio del Carmelo, desde la seguridad hasta el martirio.

Hoy, su testimonio sigue iluminando a quienes desean unir fe y razón, corazón e inteligencia, judaísmo y cristianismo. Esta novena es una invitación a caminar con ella, a dejarnos tocar por su pensamiento, su oración y su entrega.

Prefacio

La novena fue compuesta por Elias Friedman, O.C.D., fundador de la Asociación de Católicos Hebreos (AHC), quien la recomienda a todos los devotos de Santa Edith. El momento más adecuado para rezarla es del 1 al 9 de agosto, en memoria anual de los días que nuestra santa mártir pasó en el tren de la muerte, acompañada por su hermana Rosa y muchos otros católicos de origen judío, camino a las cámaras de gas de Auschwitz-Birkenau.

Presentamos esta Novena al público con la esperanza de fomentar la devoción a nuestra santa carmelita y como modelo a imitar para los católicos hebreos. Edith Stein se ofreció, como Jesús, nuestro Señor y Mesías, como víctima de expiación por la redención de su pueblo y de toda la humanidad.

Que nuestros esfuerzos apresuren el día en que todo Israel proclame:

¡Bendito el que viene en el Nombre del Señor!
(Baruj Haba BeShem Adonai)

David Moss, Presidente
Asociación de Católicos Hebreos


Novena – Día 1, sábado 1 de agosto de 1942

Novena a Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein)

Día 1 – Sábado 1 de agosto de 1942
Carmelo de Echt, Holanda

Fue el último día de libertad para Santa Edith y su hermana Rosa. Para entonces, Santa Edith había alcanzado una clara percepción del carácter escatológico de la crisis que afectaba a los judíos de Alemania y del papel que ella estaba llamada a desempeñar en ese drama, como víctima de expiación por su pueblo y por la humanidad.

Ya el 26 de marzo de 1939, Edith había enviado una petición a su priora en una postal usada (por motivos de pobreza monástica), pidiendo permiso para ofrecerse a Jesús en expiación, para que se rompiera el dominio del Anticristo y se alcanzara la paz.

“Lo pido hoy porque ya es la duodécima hora. Sé que no soy nada, pero Jesús lo quiere, y Él llamará a muchos más a este mismo sacrificio en estos días.”

El manuscrito de su libro La Ciencia de la Cruz yacía sobre su mesa; nunca se terminaría, porque al día siguiente, la Gestapo vendría a sacarla del convento. Lo que leemos en él es prueba de la claridad y el valor con que comprendió su llamado a la expiación, clave de su destino terrenal.

A su alrededor, la atmósfera se volvía cada vez más pesada, llena de miedo y presagios. Unos días antes (el 28 de julio), su hermano Paul, su esposa Eva y su hija habían sido enviados al campo de Theresienstadt. Hede Spiegel, su ahijada, deprimida y angustiada, se acercó a la reja del convento para desahogar sus temores por el futuro, temores que compartían también las hermanas del Carmelo de Echt, donde Edith había sido enviada por sus superiores para refugiarse de la persecución a los judíos que azotaba Alemania. Edith, en cambio, mantenía una compostura y una fe en Dios sólidas como una roca, que impresionaban a todos los que la rodeaban. La Iglesia ha definido desde entonces su virtud como heroica.

Lectura del Evangelio

“Mientras iban de camino para subir a Jerusalén, Jesús se adelantaba a sus discípulos; ellos estaban asombrados y los que lo seguían tenían miedo. Entonces reunió nuevamente a los Doce y comenzó a decirles lo que le iba a suceder: «Ahora subimos a Jerusalén; allí el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas. Lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos”


— Marcos 10:32-34

Padre Nuestro, Ave María, Gloria

(Puede añadirse aquí cualquier oración adecuada)

¡Santa Edith, ruega por nosotros!

Novena – Día 2, domingo 2 de agosto de 1942

Día 2 – Domingo 2 de agosto de 1942
Carmelo de Echt, Holanda

Lo que ocurrió ese día en el Carmelo de Echt es hoy conocido en todo el mundo; pero conviene recordar las circunstancias.

Los obispos católicos de Holanda habían emitido una protesta conjunta contra la deportación de los judíos holandeses por parte de los nazis, y ordenaron que dicha protesta se leyera en todas las Misas de todas las iglesias el domingo 26 de julio. Antes de eso, los obispos habían logrado que las autoridades nazis concedieran una exención de la deportación para los católicos de origen judío, siempre que estas personas hubieran pertenecido a una organización cristiana antes de enero de 1941.

La carta pastoral de los obispos generó inquietud ante la posibilidad de una reacción nazi; y esta no tardó en llegar. El 2 de agosto, todos los cristianos de origen judío, pertenecientes a cualquier comunidad religiosa del país, fueron arrestados y llevados por la Gestapo. El Comisario General Schmidt anunció públicamente que estaba tomando represalias por la carta pastoral del 26 de julio. Especificó, diciendo:

“Nos vemos obligados a considerar a los judíos católicos como nuestros peores enemigos y, en consecuencia, a asegurar su deportación al Este con la mayor rapidez posible.”

La violenta reacción de los nazis ante la carta pastoral de los obispos holandeses fue lo que motivó a Su Santidad, Pío XII, a abstenerse de publicar y destruir su propia protesta, que ya tenía redactada. Si esa era la reacción ante la protesta de los obispos holandeses, razonó él, ¿cuál no sería la reacción ante una protesta del Papa? Por orden suya, los monasterios y conventos de toda Italia habían acogido a refugiados judíos que huían de la persecución alemana. El propio Vaticano estaba repleto de judíos que habían acudido a sus puertas en busca de refugio.

En ejecución de la decisión del Comisario General Schmidt, dos miembros de las SS llegaron al Carmelo de Echt para llevarse a nuestra Santa Edith y a su hermana Rosa en una camioneta policial.

La deportación de nuestra mártir y su hermana fue un acto perpetrado por odio a la fe, como represalia por la condena de la persecución nazi contra los judíos, expresada por la jerarquía católica de Holanda; que nuestra mártir fuera de origen judío no habría sido, por sí solo, causa suficiente para su deportación y muerte.

Lectura del Evangelio

“Después dijo a los sumos sacerdotes, a los jefes de la guardia del Templo y a los ancianos que habían venido a arrestarlo: «¿Soy acaso un ladrón para que vengan con espadas y palos?. Todos los días estaba con ustedes en el Templo y no me arrestaron. Pero esta es la hora de ustedes y el poder de las tinieblas».

 — Lucas 22:52-53

Padre Nuestro, Ave María, Gloria
(Puede decirse aquí cualquier oración adecuada)
¡Santa Edith, ruega por nosotros!


Novena – Día 3, domingo 2 al lunes 3 de agosto de 1942
Día 3 – Del domingo 2 al lunes 3 de agosto de 1942
De Echt a Amersfoort

La camioneta policial trasladó a nuestra Santa Edith y a su hermana Rosa desde el Carmelo de Echt hasta la jefatura de policía en Roermond, primera estación en su camino de la cruz. Esa misma noche, fueron transportadas al campo de tránsito de Amersfoort.

Ese domingo 2 de agosto, los nazis detuvieron a unos trescientos católicos hebreos en toda Holanda, llevándolos a Amersfoort desde el norte y el sur del país. El transporte desde Roermond, en el sur, estaba compuesto por dos furgones policiales: uno con trece personas y otro con diecisiete. En el vehículo en el que viajaba nuestra Edith, además de Rosa, iban seis religiosas más, todas católicas de origen judío. Entre ellas estaba la hermana Judith Méndez da Costa, monja dominica, y dos trapenses, hermanas de sangre, de la notable familia Löb; de sus tres hermanos, arrestados con ellas, dos eran sacerdotes trapenses y uno era hermano lego de la misma Orden. En ese mismo transporte viajaban también la esposa y los hijos del escritor Herman de Man.

El viaje de Roermond a Amersfoort normalmente tomaba entre tres y cuatro horas; pero en esta ocasión, debido al apagón obligatorio, el conductor se perdió, y llegaron a Amersfoort recién a las tres de la madrugada del lunes 3 de agosto.

Lectura del Evangelio

“Entonces Jesús agregó: «Ustedes beberán el cáliz que yo beberé y recibirán el mismo bautismo que yo.”
— Marcos 10:39

Padre Nuestro, Ave María, Gloria
(Puede decirse aquí cualquier oración adecuada)
¡Santa Edith, ruega por nosotros!


Novena – Día 5, Martes 4 al Miércoles 5 de agosto de 1942

Del Amersfoort a Westerbork

En la noche del martes 4 de agosto, los prisioneros fueron cargados en un vagón de tren y llevados a la estación ferroviaria de Amersfoort, bajo estrictas órdenes de no levantar las cortinas de sus compartimentos. Por los gritos del jefe de estación dedujeron que su tren se dirigía a Westerbork. Pasando por Apeldoorn, Zwolle, Meppel y Hoogeveen, el tren llegó a Hooghalen, en el norte de Holanda: tantos nombres nuevos en su camino de la cruz.

El campo de concentración de Westerbork se encuentra a unos cinco kilómetros de la estación de tren de Hooghalen. El tren que transportaba a nuestros prisioneros se detuvo en un tramo abierto del campo, donde descendieron de los vagones; debía de ser alrededor de las tres de la mañana. Un destacamento de veinte hombres con brazaletes los esperaba para ayudarlos a trasladar su equipaje a dos carros tirados por caballos, en los que también subieron los enfermos, los ancianos y los religiosos. Los demás fueron conducidos en la oscuridad a través de campos, bosques y setos durante una hora hasta llegar al campo. Ya era la mañana del miércoles 5 de agosto.

Lectura del Evangelio

“Los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron a toda la guardia alrededor de él. Entonces lo desvistieron y le pusieron un manto rojo. Luego tejieron una corona de espinas y la colocaron sobre su cabeza, pusieron una caña en su mano derecha y, doblando la rodilla delante de él, se burlaban, diciendo: «Salud, rey de los judíos». Y escupiéndolo, le quitaron la caña y con ella le golpeaban la cabeza. Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto, le pusieron de nuevo sus vestiduras y lo llevaron a crucificar.”

Mateo 27:27-31

Padre Nuestro, Ave María, Gloria

(Se puede rezar aquí cualquier oración adecuada)

¡Santa Edith, ruega por nosotros!


Novena – Día 6, Miércoles 5 al Jueves 6 de agosto de 1942
En el campo de concentración de Westerbork

El campo consistía en miles y miles de barracas, rodeadas por una alta cerca de alambre de púas, con numerosas torres de vigilancia ocupadas por gendarmes armados con ametralladoras y reflectores para impedir cualquier intento de fuga. En ese momento, se encontraban reunidos allí mil doscientos católicos de origen judío, entre los cuales había una docena de religiosos. Estos aún vestían sus hábitos religiosos, en los que estaba cosida una estrella amarilla en forma de parche, signo de su infamia ante los ojos de los nazis. Santa Edith encontró en el campo a conocidos e incluso a miembros de su familia.

Los prisioneros eran atendidos por un Consejo Judío, que mostró particular amabilidad hacia los católicos hebreos, ayuda de la que pronto fueron privados cuando el comandante del campo ordenó que fueran aislados del resto.

La mañana comenzó con un rápido examen médico, tras el cual una enfermera condujo a las religiosas a su barraca, una choza sucia y llena de barro. Las hermanas se lavaron en un pequeño lavabo. Rezaron sus oraciones matutinas, seguidas de una meditación, mientras los guardias patrullaban afuera de su recinto. Las dos carmelitas rezaron el Oficio completo, mientras que las otras recitaban el Oficio Parvo de la Virgen, como estaban acostumbradas.

A las 7 a.m. se les permitió caminar dentro del recinto por un breve período. Después del desayuno, podían conseguir café en la cocina. Luego se les ordenó limpiar sus alojamientos.

Al mediodía, los prisioneros fueron despojados de todos sus objetos de valor —oro, plata, dinero, incluso el cambio más pequeño— y fueron llevados a un enorme edificio de madera para registrar sus datos personales. Durante las siguientes cuatro horas, desfilaron de mesa en mesa llenando formularios sobre sus pertenencias y circunstancias. En el mismo edificio había una cocina, usada en ocasiones para conciertos. Una vez finalizado el registro, cada uno fue fotografiado sentado en un taburete, sosteniendo una pizarra en la que estaba escrito su número de prisionero. En ese momento, el sentimiento de estar en prisión se volvió abrumador.

Las comidas consistían invariablemente en papas y zanahorias. A las religiosas se les permitía distribuir su ración desde una sopera traída a su barraca; los demás debían hacer fila en la cocina.

Los hombres fueron finalmente separados de las mujeres. La hermana Judith Mendez da Costa, dominica, cuya familia de origen portugués se había establecido en Holanda siglos atrás, tuvo la serenidad de comentar en una carta que escribió desde el campo a su superiora, que el clima era hermoso.

Del 5 al 7 de agosto – En el campo de concentración de Westerbork

Somos afortunados de contar con varios testimonios sobre el comportamiento de Santa Edith durante su permanencia en el campo de Westerbork.

Antes de dejar Westerbork, Santa Edith logró enviar dos notas a su priora, escritas con lápiz en dos hojas arrancadas de un bloc de notas. En la primera nota hay una frase que refleja su actitud interior durante la prueba:

“Solo se puede aprender la Scientia Crucis si se siente la Cruz en carne propia. Yo estuve convencida de eso desde el principio y he dicho con todo mi corazón: Ave Crux, spes unica” (¡Salve, oh Cruz, única esperanza!).

La señora Bromberg, quien junto a su familia —todos católicos de origen judío— acompañó a Edith desde Amersfoort hasta Westerbork, estuvo en estrecho contacto con la carmelita. Como mencionamos, la familia sobrevivió a la guerra y la señora Bromberg dio el siguiente testimonio, escrito por su hijo, el P. Ignacio Bromberg, O.P.:

“La gran diferencia entre Edith Stein y las otras hermanas residía en su silencio. Mi impresión personal es que estaba profundamente afligida, pero sin ansiedad. No puedo expresarlo mejor que diciendo que daba la impresión de cargar con un dolor tan inmenso que, incluso cuando sonreía, su sonrisa la hacía parecer aún más dolida. Casi nunca hablaba, pero miraba a su hermana Rosa con un dolor indescriptible. Pensaba en el sufrimiento que preveía que vendría para los demás, no en el suyo. Toda su apariencia, tal como la recuerdo sentada en aquella barraca, me sugería un solo pensamiento: una Piedad sin Cristo, una Raquel llorando por sus hijos.”

Otro testimonio igualmente impactante proviene de un hombre de negocios judío de Colonia, Julius Markan, quien fue puesto a cargo de los prisioneros en Westerbork y, junto a su esposa, se salvó de la deportación. Él escribió:

“Entre los prisioneros que llegaron el 5 de agosto, la hermana Benedicta destacaba por su calma y compostura. La confusión en las barracas y el alboroto causado por los nuevos llegados eran indescriptibles. La hermana Benedicta era como un ángel, yendo de mujer en mujer, consolándolas, ayudándolas, calmándolas. Muchas madres estaban al borde del colapso; no habían prestado atención a sus hijos en todo el día, simplemente se sentaban en desesperación muda. La hermana Benedicta cuidaba de los niños pequeños, los lavaba, les peinaba el cabello, se ocupaba de su comida y de otras necesidades. Durante toda su estancia allí, lavó y limpió por los demás, realizando una obra de caridad tras otra, hasta que todos se maravillaron de su bondad.”

Nuestra Santa pasó el mayor tiempo posible en oración, sin quejarse nunca, ni de la comida ni del comportamiento de los soldados. Todos, comenzando por Rosa, se beneficiaban de su ejemplo inspirador.

El Dr. Wielek, empleado en labores administrativas en el campo de Westerbork cuando llegó el transporte con Edith y su hermana Rosa, fue interrogado durante el proceso canónico diocesano. Dio el siguiente testimonio sobre su comportamiento en el campo:

“Se movía hablando, rezando, como una santa. En una conversación me dijo: ‘El mundo está hecho de opuestos, pero al final nada queda de esos contrastes. Lo único que permanece es el gran amor. ¿Cómo podría ser de otro modo?’ Hablaba con tal seguridad y humildad que conquistaba a todos los oyentes. Conversar con ella era un viaje a otro mundo. En esos momentos, Westerbork dejaba de existir. Ya no había duda de que ella y los demás bautizados (judíos) serían deportados a otro lugar en unas horas. Le pregunté a quién quería que informara de lo que estaba ocurriendo y si podía hacer algo por ella. Ella respondió preguntando por qué se debería hacer una excepción con ella o con su grupo. Era justo, dijo, que el hecho de estar bautizada no le diera ningún privilegio. Su vida estaría arruinada si no pudiera participar en el destino de los demás.”

Lecturas del Evangelio

“De la misma manera, los sumos sacerdotes, junto con los escribas y los ancianos, se burlaban, diciendo: «¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es rey de Israel: que baje ahora de la cruz y creeremos en él.”
Mateo 27,41-42

“Al mediodía, se oscureció toda la tierra hasta las tres de la tarde.”
Marcos 15,33

“Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a los jefes y al pueblo, y les dijo: «Ustedes me han traído a este hombre, acusándolo de incitar al pueblo a la rebelión. Pero yo lo interrogué delante de ustedes y no encontré ningún motivo de condena en los cargos de que lo acusan; ni tampoco Herodes, ya que él lo ha devuelto a este tribunal. Como ven, este hombre no ha hecho nada que merezca la muerte.”
Lucas 23,13-15

Padre Nuestro, Ave María, Gloria
(se puede rezar aquí cualquier oración adecuada)

¡Santa Edith, ruega por nosotros!

Novena – Día 7

Viernes 7 de agosto de 1942
Salida de Westerbork hacia Auschwitz

El transporte estaba previsto para salir el jueves 6 de agosto, pero la partida fue pospuesta por una u otra razón. El jueves por la tarde, una mujer llegó al campo trayendo ropa de civil para las Hermanas. Se suponía, entonces, que estarían obligadas a cambiarse al llegar a la frontera, aunque no parece que tal cambio de hábito haya tenido lugar.

Durante la tarde del jueves, el Consejo Judío redactó las listas de las personas que debían ser transportadas en el próximo convoy hacia Auschwitz; las listas fueron leídas esa misma noche, para que los afectados pudieran hacer los preparativos que consideraran necesarios. La Gestapo había dado instrucciones estrictas al Consejo de no hacer ninguna excepción en este transporte en particular. Sin embargo, la familia Bromberg y la Hermana Judith fueron dejadas atrás por alguna cuestión técnica. La familia tuvo la fortuna de sobrevivir a la persecución, pero la Hermana Judith moriría más tarde en Auschwitz, en 1944.

El viernes por la mañana, 7 de agosto, a las tres y media, una larga fila de prisioneros —hombres, mujeres y niños— se alineó a lo largo del camino que cruzaba el campo. En esa fila estaban nuestra Santa Edith, Rosa y un millar más de católicos de origen judío. Los barracones habían sido vaciados por completo. Los hombres de las SS reemplazaron a los gendarmes holandeses y dieron con rudeza la orden de comenzar a marchar. A todos los empujaron dentro de vagones de carga, llenos hasta el punto de la asfixia. Santa Edith y las otras Hermanas, todavía vestidas con sus hábitos, estaban en la sección media del tren. Los otros prisioneros llevaban uniformes de prisión, aunque este hecho es debatido. Es conmovedor saber que el tren pasó por Breslau —a solo 50 o 60 kilómetros de Auschwitz—, en su camino hacia la frontera polaca. Breslau era la ciudad natal de nuestra Santa, aunque los vagones estaban tan herméticamente cerrados que tal vez ella ni siquiera se percató.

En Schifferstadt, sin embargo, es posible que una puerta se haya abierto por unos breves instantes, durante los cuales nuestra Edith logró reconocer a una exalumna que se encontraba en el andén y le hizo llegar saludos para sus Hermanas. “Diles”, dijo, “que voy camino al Este”. Tal vez no sabía que su destino era Auschwitz.

Muchos murieron en el trayecto, pero no se permitió retirar los cadáveres. Se puede imaginar la sed, el hambre y el sufrimiento —tanto físico como mental— de los pasajeros en esos “trenes de la muerte”.

Lectura del Evangelio

“Después, Jesús llevó aparte a los Doce y les dijo: «Ahora subimos a Jerusalén, donde se cumplirá todo lo que anunciaron los profetas sobre el Hijo del hombre.Será entregado a los paganos, se burlarán de él, lo insultarán, lo escupirán.”  
Lucas 18, 31–34

Padre Nuestro, Ave María, Gloria
(Cualquier oración apropiada puede añadirse aquí)

¡Santa Edith, ruega por nosotros!


Novena – Día 8, Viernes 7 al Sábado 8 de agosto de 1942

 Día 8 – Del 7 al 8 de agosto de 1942

En el tren de la muerte hacia Auschwitz

Santa Edith y sus compañeros prisioneros pasaron dos días en los vagones de un tren de carga que los llevó desde Westerbork, en Holanda, a través de Alemania hasta Auschwitz, en Polonia. El convoy estaba compuesto por exactamente 987 personas: hombres, mujeres y niños. Cada vagón estaba abarrotado con entre cincuenta y ochenta prisioneros. Las condiciones dentro de los vagones eran horribles.

El tren llegó a Auschwitz a las diez de la noche del sábado 8 de agosto, y fue registrado como un cargamento de pacientes psiquiátricos. Dos obreros que vieron a nuestra Santa Edith en el andén, vestida con su hábito carmelita, murmuraron entre sí que, al menos ella, no parecía estar loca. Cualquier comunicación con las víctimas estaba estrictamente prohibida.

Lectura del Evangelio

Jesús, cargando sobre sí la cruz, salió de la ciudad para dirigirse al lugar llamado «del Cráneo», en hebreo «Gólgota».”
(Juan 19:17)

Padre Nuestro, Ave María, Gloria
(Puede añadirse aquí cualquier oración apropiada)

¡Santa Edith, ruega por nosotros!


Novena – Día 9, Domingo 9 de agosto de 1942
Día 9 – Domingo, 9 de agosto de 1942

El Campo de Exterminio de Auschwitz

Auschwitz era, en ese tiempo, una pequeña ciudad provincial polaca, que acabaría dando su nombre al tristemente célebre campo de concentración abierto en sus cercanías por orden de Himmler, el 27 de abril de 1940, para prisioneros políticos. El primer campo era relativamente pequeño y fue llamado posteriormente Auschwitz I. En octubre de 1941, se instaló un campo mucho más extenso, nombrado según un pueblo cercano: Auschwitz II-Birkenau (Enciclopedia Judaica, Vol. 3, col. 854-871). Desde marzo de 1942, los judíos eran dirigidos al segundo campo.

Las matanzas masivas de prisioneros judíos con gas Zyklon B (ácido prúsico) comenzaron en Birkenau en enero de 1942, por instigación de Adolf Eichmann, quien tenía el mando general de la ejecución de la “Solución Final” del problema judío, decidida por los nazis en la conferencia de Wannsee en 1941. Las cámaras de gas operaron durante dos años y diez meses, en los cuales pereció un millón de judíos.

Los convoyes llegaban a razón de tres o cuatro por día; eran recibidos, por lo general, en el andén por el comandante del campo, Rudolf Hoess —posteriormente ejecutado por crímenes de guerra—, y por el infame Dr. Mengele, quien realizaba la “selección”: los prisioneros fuertes eran enviados a trabajos forzados en minas y fábricas, y el resto era destinado a la “eliminación” inmediata.

El primer transporte de prisioneros desde Holanda llegó en julio de 1942; el que llevaba a nuestra Santa fue, quizás, el tercero, precedido por un transporte de hombres que había llegado al campo esa misma tarde.

A los recién llegados se les llevaba a los barracones y se les indicaba dejar su ropa en un gancho numerado, con la falsa promesa de recuperarla después de la ducha. A las mujeres, por lo general, se les cortaba el cabello. Luego, los prisioneros debían caminar unos cuatrocientos metros por un sendero hasta llegar a una gran sala con tubos en el techo. Se usaba la fuerza para hacerlos entrar, si era necesario. Las puertas metálicas eran cerradas, se accionaban las palancas y se introducía el gas en las salas. De veinte a veinticinco minutos después, bombas eléctricas evacuaban el gas, permitiendo que unidades especiales entraran a vaciar las cámaras. No todas las víctimas estaban muertas. Se extraían los dientes de oro y los cadáveres eran arrojados a fosas comunes. Aún no se habían instalado crematorios en Auschwitz; pero más adelante, para borrar las huellas de sus crímenes, los nazis exhumaron los cadáveres y los incineraron.

Desde la llegada de un convoy hasta la exterminación de las víctimas solía pasar, por regla general, no más de una hora y media. El asesinato de seres humanos se convirtió en una rutina monótona.

Santa Edith, sus compañeras y un millar de otros católicos hebreos murieron en las cámaras de gas de Auschwitz II-Birkenau en la mañana del 9 de agosto, por asfixia con vapores de ácido prúsico. Así entró en su gloria, acompañada —como nos gusta creer— por muchos otros…


Epílogo de la traductora

Edith Stein cumplió su misión. Como todo ser humano, somos creados con un propósito. Y ella supo descubrirlo y animarse a vivirlo a pesar de las grandes dificultades que esto le ocasionó. 

Antes de subir al tren que la llevaría al campo de exterminio, Edith tomó a su hermana Rosa de la mano y le dijo con serenidad:
“Vamos, vayamos por nuestro pueblo.”

No era solo un gesto de entrega. Era el eco final de una vida que había sido toda ella un «sí» a la Verdad. Había buscado la verdad filosóficamente, la había recibido como gracia, la había abrazado como cruz.

La cruz no fue para ella un absurdo, sino la forma más alta de unión con Dios, con el Ser Eterno. 

Que hoy, más que nunca, judíos y cristianos podamos reconocer que no somos extraños, sino que compartimos una misma raíz, una misma promesa y un mismo llamado: ser miembros de un mismo pueblo, el Pueblo de Dios.

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