Diría que este post es la parte 1 de varios, no porque lo haya dividido en partes, sino porque entender esto es un proceso de madurez espiritual, creo yo y un camino de idas y vueltas.
Este entendimiento va y viene, de acuerdo a nuestras circunstancias de vida. Hay momentos en que nos sentimos más conectados y protegidos por Dios y otros menos. Otros que nos sentimos más bendecidos, y otros no tanto. Y estas circunstancias, en la mayoría de las veces, influyen en lo que pensamos y percibimos con respecto a estas cosas.
Hace unas semanas vengo pensando este tema. Por qué Dios, todopoderoso, quien puede frenar lo que quiera, permite que uno de sus seres, a quien afirma amar, pueda sufrir tanto y escucharlo rogarle que frene su sufrimiento y sin embargo, pareciera que Dios no hace nada al respecto.
Las muestras de la vida Cotidiana como madre
El otro día, fui a acostar a la más chiquita de mis tres hijas, que tiene un año y medio. Ya se duerme sola, porque siempre con mi esposo nos convencimos que esa es la mejor forma de enseñarles a los chicos a dormir, y así criamos a las tres.
Pero el otro día, ella, por algún motivo, no quería saber nada de estar en la cuna, y apenas la apoyaba en la cuna lloraba y lloraba.
A veces pasa y me voy de la habitación y a los pocos segundos entiende “la onda” y se relaja y se duerme. Pero el otro día seguía llorando, y llorando. Parecía por momentos que se estaba por dormir, y no la escuchaba pero al rato volvía a gritar. Por supuesto mi esposo me decía que la deje, que ya se le iba a pasar, pero mi cabeza no me dejaba en paz. Así que iba a controlar si se había mojado la ropa, o sino encontraba el chupete, a ver qué podía ser. Pero estaba todo bien, así que la dejaba. Cosa que era mucho peor porque acrecentaba su enojo, indignación y llanto cuando me volvía a ir.
Mi habitación está enfrente, y yo me concentrada en su llanto, pero me mantenía firme. Esto duró un largo y difícil rato, hasta que como era esperado, finalmente se durmió. Al otro día se despertó feliz y sin ningún rencor. 🙂
Esto me dejó pensando esa noche sobre qué pensaba ella de mí, de sus padres, que tanto la queremos pero sin embargo no la ayudamos en su situación. La escuchamos pero la dejamos en donde está, cuando tenemos el poder tan fácil de ir, levantarla y poner fin a su angustia.
Por qué no lo hacemos nosotros? Por sádicos? En absoluto. Nuestras hijas son lo que más queremos del mundo y nuestro instinto es cuidarlas, protegerlas y rescatarlas de toda situación de mal que esté bajo nuestro alcance. Sin embargo en ese momento consideramos, por varios motivos que no era conveniente sacarla de la cuna y dormirla en brazos.
Nosotros conocemos los motivos de esto: educar a los hijos a que duerman solos, les da independencia, seguridad y mejora su autoestima de más grandes, entre otras cosas.
Asimismo, es justo para sus hermanas, quienes pasaron por lo mismo y tuvieron que aprenderlo también de esa forma.
Es bueno para los padres, que saben que dejan a los hijos en sus camas y tienen el momento a solas del día para ellos. Y eso a la vez hace que su relación se mantenga buena, lo que afecta directamente a los hijos, quienes perciben que sus padres se llevan bien y se quieren. Y esto afectará a la vez, sus relaciones futuras.
Ahora, sería lógico que yo entre la habitación de mi bebé mientras llora a explicarle todo esto? Tiene un año y medio. Por supuesto que no, no podría entenderlo.
Entonces?
Y eso me hizo pensar sobre por qué Dios permite el mal a sus seres queridos aunque ellos le rueguen que cese. Dios, en su inmensidad y comprensión absoluta de la realidad, y fuera del tiempo, conoce los motivos que quizás explicárnoslo ahora, sería como tratar de explicarle a mi bebé por qué no la saco de la cuna. Ella sufre, no entiende ahora, pero más adelante sé que lo va a comprender.
Si Sufrimos, Él también sufre
Y no hay que olvidarse, mi esposo y yo, no estábamos riéndonos del otro lado, por más seguros que estábamos que lo que hacíamos era lo correcto, sino que sufríamos al verla a ella llorar tanto. Y se nos partía el corazón.
Yo creo que Dios nos ve así, sufre con nosotros, aunque quizás en los momentos más complicados pensamos que no está presente. Y Él sabe por qué lo permite. Él sabe que las cosas que hoy para nosotros son lo peor que nos podría pasar, no lo son.