Dejarme conducir por Dios me lleva a nuevos caminos, lugares inesperados que nunca hubiera elegido, ni creído que podrían hacerme tan feliz y plena. Qué hermoso es que cada día te sorprenda!
Si uno planea todo, pone todo lo que puede en su manos, no deja lugar a sorpresas, no deja espacio para que Dios obre. (Tal como está más desarrollado en el artículo Simón tiene algo que decirme)
6 días trabajamos y el séptimo dejamos que actúe Dios, que complete lo que nosotros no pudimos, que arregle lo que hicimos mal. Y que trabaje en nosotros para fortalecernos para continuar este hermoso y desafiante camino.
Dejarnos en sus manos, reconociendo que somos frágiles, no hace más que fortalecernos. Sedemos control y ganamos poder.
Siendo humildes, sabiéndonos incapaces de muchas cosas, nos enorgullece entender que Dios se hace presente en nosotros y trabaja desde allí. Haciéndonos mejores personas y más capaces.
«Nadie puede atribuirse nada que no haya recibido del Cielo» (Juan 3.27)
Ser humilde no es pensarse a uno mismo como una persona débil, pobre, incapaz, ni mala. Sino entender que nuestras fortalezas, riquezas, capacidades y bondades no salen de nosotros mismos sino que vienen de Dios.
Y ser conscientes que por él podemos ser personas que nos destacamos, buenas de corazón, positivamente diferentes y eventualmente, con su absoluta Gracia, santas.
«Es necesario que Él crezca y que yo decrezca» (Juan 3.30)
…y así, ser conscientes que toda la grandeza que hay en nosotros proviene de Él. Es Él quien se manifiesta en nosotros. Y está bien sentir orgullo por eso, por dejarnos «decrecer» para que Él se abra paso y obre en nosotros.
La gloria es suya no nuestra. Asimismo, nuestro mérito reside en permitir que se haga su voluntad y dejarnos poseer por Él. Ya que si nosotros no lo permitiéramos Él jamás violaría nuestra libertad.
Te recomiendo correrte del asiento del conductor y sentarte en el del acompañante, reclines tu asiento, abras la ventanilla y te dejes acariciar por el viento, por el Espíritu. Esta felicidad es genuina.
En el libro Orar con los Salmos (del Card. Carlos María Martini), meditando el Salmo 8 dice estas cosas que son respuestas a mis preguntas acerca de cómo ser humilde cuando uno se siente amado y elegido por Dios:
El salmo dice: «Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el hijo del hombre, para que te preocupes por él» y el autor del libro reflexiona:
«…el hombre que siente su pobreza, su fragilidad, y de improviso se descubre en el centro del universo, en el centro del amor de Dios, de su visita… el hombre que ora con este salmo, ante la inmensidad de la obra de Dios que por un momento le ha hecho olvidarse de sí mismo, se da cuenta de ser muy amado, de ser en este grande universo objeto de una predilección cuidadosa, siente que la historia de la salvación se está realizando en él. Esta historia de salvación que se realiza porque Dios se acuerda de sus promesas. Dios no abandona jamas a nadie, antes bien visita a cada uno, le llena el corazón en el momento oportuno… Ahí el hombre encuentra su libertad, antes era esclavo de las circunstancias, ahora con la mirada hacia Dios y con la certeza que Dios lo ama, ha vuelto a encontrar su justo puesto, que es el de ser libre, capaz de doblegar la historia, de usar las cosas para crecer en la verdad y en la justicia»
Mis palabras no podrían expresarlo mejor. Así que para cerrar esta reflexión, dejo una cita bíblica alusiva que quién mejor puede expresarlo que Jesús mismo:
«Felices los ojos que ven lo que ustedes ven» (Lucas 10.24)