Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres (Mateo 5.13)
A continuación transcribo una parte del material excelente del padre John Riccardo, analizando el espectacular y rebalsante de sabiduría, Sermón de la Montaña de Jesús.
Él cita a la vez, al biblista Erasmo Leiva-Merikakis, quien interpreta este versículo de la siguiente forma:
«Los Cristianos no sólo deben ser virtuosos, sino que deben ser sal. Deben elevar el nivel del sabor de toda actividad humana y transformarla. Cómo puedo ser la sal de los que están a mi alrededor? Cómo puedo puedo condimentar su angustia, y abrirles su apetito para la gran aventura de la Gracia?»
El autor continúa diciendo que la traducción en Griego de la palabra insípido, significa «ponerse soso, tonto, o que carece de viveza». De forma similar en el latín, la palabra insípido significa «que ya no conoce». Es soso cuando ya no es lo que debe ser, cuando ya no tiene su sabor apropiado. Como cuando la sal pierde su fuerza, el aceite se vuelve rancio o el vino se avinagra.
La principal cualidad de la sal es que contribuye a mejorar la calidad de las otras cosas. Pero en sí misma no es nada. Cuando pierde sus condiciones, cuando se pone fea, al igual que el agua o el fuego… qué la puede sustituir una vez que pierde su sabor?
Merikakis continua:
Al decir que sus discípulos son la sal de la tierra, Jesús describe el carácter definitivo de la vocación cristiana:
o el cristiano eleva la calidad de la vida humana y la hace más encantadora, o no tiene razón de ser. La sal no vive para sí misma, no es un fin en sí misma, sino que sirve un humilde y, aun, indispensable propósito. Y no hay nada que la pueda sustituir.
Insípidos cristianos, esos que han perdido su sabor apropiado, han olvidado su función como condimento de la sociedad. Han perdido la sal que recibieron en su bautismo, posiblemente por mezclarse dentro de la sociedad, de sus ambientes, por cansancio quizás, o por miedo tal vez…
Volviendo a P. J. Riccardo:
Esto es algo muy bueno para reflexionar. Sé quien soy? Sé cual es la misión que Dios me dio? No es alejarme y apartarme del mundo, sino vivir en el medio del mundo. Y de algún modo, a través de nuestra presencia, dejar el Dios, a través nuestro, transforme el mundo. Si todos los creyentes se alejarían del mundo, qué pasaría?
Debo ser la sal, y Dios debe elegir a dónde derramarla.
Cuáles son mis «comidas» de hoy? Las personas que estarán cerca mío, las situaciones en las que voy a estar. Y en dónde Dios va a querer poner un poco de sal a través mío? Para poder usarme, usarte, para traer el aroma de Jesús, y darle sabor a lo que hoy lo ha perdido.