Todos los días nos miramos al espejo. Algunas personas varias veces al día.
Cuántas veces miramos hacia nuestro interior y evaluamos cómo nos vemos?
Cada cuánto evaluamos nuestra parte invisible hacia los demás y hasta a veces invisible para nosotros mismos?
Hace un tiempo escuché una propuesta sobre hacer un examen de conciencia con la ayuda de las bienaventuranzas y llamó mi atención.
Ahora bien, para qué publicarlo acá? Qué tiene que ver esto con con mi judaísmo? Con lo Judeo-Católico?
Si bien no todo lo que vaya a publicar en este sitio o blog, tiene que tener una relación directa con el misterio del judaísmo y el catolicismo, en este caso hay una relación más estrecha de la que podría aparentar.
En el judaísmo, en la etapa pre-mesiánica, fue necesario darnos leyes impresas en piedra, que eran tan duras como lo eran quizás nuestros corazones. Estas leyes siguen estando vigentes hoy y son las bases de nuestra libertad (de hecho fueron dadas al pueblo de Israel, como punto culminante de su liberación. Fueron el «moño» que terminaba de empaquetar el regalo de la libertad que Dios le dio a Su pueblo. A su «hijo primogénito«).
Y Jesús, que no viene a abolir «ni una I ni una coma de la ley«, sino que viene a cumplirla y a darle un sentido más profundo aun, sube nuevamente al monte y nos da las bienaventuranzas. Ya no impresas en piedra sino en su propio corazón.
Las bienaventuranzas son ventanas hacia el interior de nuestro Mesías, que nos invitan a conocerlo y a imitarlo.
Quien quiera seguirlo, puede conocer un poco más de su interior a través de ellas. Y seguir estas vías, estos trazos de ruta que son como faros en este camino que queremos y felizmente elegimos transitar.
A continuación detallo un análisis propio sobre las bienaventuranzas y qué implican para mi hoy. Quizás más adelante adquieran otro significado según las experiencias que haya tenido o la situación que me toque transitar.
«Felices los que tienen alma de pobres»: No es buscar la pobreza sino ser conscientes de que sólo en Él todo se puede. Y que todas las riquezas, tanto materiales como espirituales, familiares, talentos y otros, son un don.
«Felices los pacientes«: en lo micro y en lo macro. Paciencia en Dios y con Dios. Sus planes no son siempre los mismos que los nuestros. Y hay momentos que la paciencia es el desafío más grande cuando atravesamos eso que no entendemos, eso que no podemos comprender y nos preguntamos por qué nos está pasando a nosotros, por qué Dios lo permite?
Paciencia con las personas. La parte más obvia, lo familiar, los hijos, la pareja. Pero también paciencia con quienes no comprenden a Dios, no comprenden nuestros caminos, nuestras decisiones.
Paciencia con quienes hoy eligen otra cosa, diferentes a las que uno considera que son buenas o adecuadas.
Paciencia en escuchar lo que no nos interesa. En pasar tiempo con personas que no nos atraen.
Paciencia para entender que no todo se puede hacer ahora, y que cargarse de tareas, sean por obligación o por gusto, sólo nos genera ansiedad a insatisfacción con lo que tenemos para disfrutar ahora.
Paciencia con gestos de otros que no nos gustan, o tics, o sonidos que nos molestan. Uno da la vida por ciertas personas pero no tolera cosas tan simples en el día a día. Será más fácil morir por alguien que estar toda la vida a su servicio? Qué nos pide Dios? Dar la vida por nuestros amigos. No sólo estar dispuesto a morir, sino dar nuestra vida al servicio de quienes amamos. No sólo en situaciones extremas sino en cosas pequeñas. Hacer extraordinarias las cosas ordinarias
«Felices los que tienen hambre y sed de justicia»: Dios dice «felices lo que tienen hambre y sed de justicia» porque ve toda la película completa, fuera del tiempo. No sólo determinado momento. Porque hay tantas injusticias y tantos mueren sin ver la justicia realizada. Debemos tener la esperanza puesta y también con paciencia, en saber que nosotros no estamos viendo el panorama completo y lo que para nosotros puede ser el final, seguramente no lo es, hay más. Y serán saciados…
«Felices los afligidos»: no buscar el problema o la tristeza, pero saber que esos momentos dificiles, cuando llegan, tenemos a alguien que nos acompaña en ese sufrimiento, nos consuela mientras lo atravesamos. Como a un padre le duele cuando un hijo sufre pero sabe que su hijo debe afrontar esa situacion por algún motivo y no debe resolvérselo.
También afligirse por quienes sufren. Ponerse en sus zapatos, en su mente, en su pasado, en sus esperanzas, sus lamentaciones, y tratar de entender su sufrimiento, no en forma superficial sino carnal, sentimental.
«Felices los misericordiosos»: aumentarla, siempre. Sobre todo hacia los que uno no tiene tantas ganas.
Perdonar como queremos ser perdonados, sin recordar esos malos actos. Sin sacarlos a relucir cada tanto. Sin resentimientos.
Un ejercicio para poder aumentar el amor hacia los demás es intentar ver los hechos desde el punto de vista del otro, pero lo más completo posible. Desde su historia personal, su realidad hoy, sus bases de pensamiento, sus condiciones. Y además en ese contexto evaluar las buenas obras y actitudes de esa persona.
«Felices los que tienen el corazón puro»: Limpio, libre de maldad. Honesto. «Crea en mi, Dios mío, un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu» (Salmo 51). Un corazón limpio, nuevo, como dice Ezequiel. Siempre siendo purificado por Dios, no por nuestra fuerza de voluntad. Permitiendo que Dios obre en nosotros y logre lo que por nuestra cuenta no podemos hacer.
Un corazón puro para poder ver a Dios, no sólo al morir, sino ahora. En su presencia en los sacramentos y en las personas. Cuanto más limpio está nuestro corazón, más aumenta nuestra percepción hacia lo invisible.
«Felices los que trabajan por la paz»: no sólo la paz en contraste con la guerra, que tan lejano a veces nos parece o fuera de nuestro alcance. (siempre rezar por eso igual). Pero aprovechar en todas las oportunidades de nuestra vida cotidiana, en nuestras relaciones y en las de otros, obrar por la paz. Ya sea evitando hablar de otros, decir o repetir chismes, o bien intentar decir algo bueno sobre otro cuando alguien lo está criticando. Intentar buscar que otras personas se amiguen entre sí.
Este aspecto está tan relacionado con el modo en que usamos nuestra palabra, más de lo que podríamos pensar. Herimos más con nuestras palabras que con nuestros actos. La forma en que hablamos hacia los demás, o las críticas mal hechas, sin amor. Hablamos sobre otros a sus espaldas, creamos realidades que quizás no son como parecen, y no damos derecho a defensa antes de formarnos opiniones sobre otros.
Buscamos aliados en una pelea en lugar de buscar la paz directa con nuestro opositor?
Rendir cuentas hacia el otro no trae paz. Ni llevar cuentas sobre quién hizo qué y qué debe hacer el otro por lo tanto. Quizás sea bueno alguna vez hacer algo demás, aunque no sea lo más justo, aunque nuestro derecho diga que le tocaba al otro. Sobre todo en nuestra vida familiar, y sobre todo con nuestra pareja. En mi experiencia las veces que lo hice calladamente, me trajo más beneficios de los que creía, más paz y alegría que si el otro lo hubiera hecho.
Trabajar por la paz implica acción no sólo reacción. A veces estamos llamados a meternos en situaciones que preferimos evitar porque no son nuestras. Y no nos damos cuenta que por omisión estamos obrando mal y nos «lavamos las manos» por no comprometernos. Hay que tratar de estar atentos y pedirle a Dios que nos despierte y abra los ojos cuando debemos intervenir en situaciones que no son directamente nuestras y ayudar a llevar paz.
Esto tiene relación directa con la proxima bienaventuranza «Felices los que son perseguidos por practicar la justicia«: aunque muchas veces no sea lo políticamente correcto.
El mundo de hoy está tan resentido con la Iglesia que perciben todo como un todo. Indefinido, homogéneo. No se distingue quién obró mal, cuándo, cómo ni por qué, sino que parece ser todo lo mismo y estar todo afectado. Y si bien es verdad que a un nivel sobrenatural está todo afectado, un hecho malo afecta a todo el cuerpo de la Iglesia, no significa que todo esté mal o corrompido. Pero lamentablemente muchos no lo ven de ese modo y condenan, insultan y persiguen a cualquiera que siga a Jesús.
En definitiva, sólo Dios puede darnos la fortaleza de no buscar la gloria de los hombres sino sólo la de Dios. Siempre poniendo la mirada en su profundo amor. Y ser conscientes siempre y profundamente sobre quién es nuestro creador, padre y amigo y eso, nos hará imparables.
Esa es nuestra recompensa, no sólo en el cielo, sino aquí y ahora en la tierra. En mi caso, descubrir que tengo semejante amigo tan cerca, a mi lado, me eleva, me completa, me fortalece, me impulsa y lleva por caminos desconocidos, sorprendentes. Caminos que si uno estuviese solo no se atrevería a transitar, pero con semejante compañía, cómo no hacerlo?